Treball alienat.




Hay que tener en cuenta que Marx concebía el trabajo como la actividad por la que el ser humano –como ser eminentemente activo que es– desarrolla sus aptitudes, logra reconocimiento social y forja su identidad proyectándose en aquello que hace, esto es: transformando el mundo a imagen de sus deseos e ideales.

Ahora bien, el tipo de tareas que la economía industrial ofrece al trabajador no tiene nada que ver con todo esto. El obrero industrial –afirmaba Marx– no decide ni planifica su trabajo, ni proyecta en él su subjetividad, ni puede tener por él ningún interés genuino. El trabajo del obrero consiste en producir objetos estandarizados dirigidos a rentabilizar el capital invertido. ¿Qué interés humano puede tener esto? Ninguno. Es por ello que el trabajador se siente alienado.
La alienación (de la raíz latina «alien»: otro, extraño) es el estado en que se encuentra aquel que no se reconoce en lo que hace. Y ningún ser humano puede reconocerse siendo medio o instrumento de fines ajenos (ajenos también a su propia naturaleza humana). De ahí que todos los trabajos que tienen como fin el mero beneficio de otro (de ese «alien» –el capital– que no produce pero posee los medios para producir) son alienantes.

El trabajo alienante obliga a hacer las cosas sin arte ni parte y sin poner en ellas el alma. El trabajador mismo se convierte en mercancía de usar y tirar. Esta cosificación deshumanizadora convierte al obrero en un extraño para sí. Si la Ilustración era la utopía de un mundo a la medida del ser humano, el capitalismo, en el que las personas ni siquiera pueden reconocerse como tales, representa su perfecta antítesis.
Víctor Bermúdez, Marx contra los 'alienígenas', el periodico de extremadura 10/05/2018

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