Tolerar l'estupidesa.




La defensa de la libertad de expresión en sociedades modernas tiene un aspecto desagradable. Sería mucho mejor defender a Sócrates frente a quienes lo acusaban de corromper a la juventud, a Servet ante los calvinistas, a Galileo ante la Inquisición, a Spinoza de la intransigencia de su comunidad, a Jesucristo frente al Sanedrín. Es raro, sin embargo, tener que proteger el derecho a que se exprese la opinión mayoritaria. Esta no suele tener problemas. En sociedades avanzadas, que en cierto modo son las hijas de esos ilustres blasfemos, la defensa de la libertad de expresión entraña con mucha frecuencia argumentar a favor de ideas que nos repugnan y de gente que no nos gusta. No defiendes a Voltaire, sino que defiendes que David Irving pueda publicar sus libros porque crees en lo que Voltaire dijo o dicen que dijo.

Pero ese es el principio, como expresó John Stuart Mill: “Si toda la humanidad menos una persona tuviera una misma opinión y solo uno tuviera la opinión contraria, la humanidad no tendría más derecho a silenciar a esa persona que esa persona, si pudiera, tendría justificación para silenciar a la humanidad.” (...)

Hace unas semanas David Trueba decía: “Sin duda, es tentador prohibir la estupidez. Todos estaríamos de acuerdo. Hasta el momento en que decidieran prohibir también la nuestra.”

Daniel GascónProhibir la estupidez, Letras Libres 09/07/2015

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