Societat de l'espectacle i fetitxisme.



Si la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, Debord va a conseguir el salto vital del siglo al señalar el origen esotérico de la citada lucha de clases. Porque para Guy Debord el conflicto continuado que se da dentro de las estructuras de la sociedad de la mercancía tiene su origen en la misma mercancía y en su relación con el ser humano.
De esta manera, el concepto marxiano del fetichismo de la mercancía es recogido por Debord para ser aplicado a la denominada sociedad del espectáculo hasta darle la vuelta. Se trata de invertir la jerarquía de un mundo donde las relaciones fluyen solo en un sentido: de arriba hacia abajo, de poderoso a oprimido. En la denominada sociedad del espectáculo las relaciones se falsifican, la exclusión se hace pasar por participación y la pérdida de realidad se hace pasar por realización. Al final, en la sociedad del espectáculo se termina confundiendo necesidad con deseo.
Debord, que ha leído y comprendido a Marx, asume que la mercancía está llena de «humoradas teológicas». Al igual que los fetiches son venerados por su propiedad sobrenatural, nosotros apreciamos la mercancía por su propiedad invisible; una propiedad esotérica que es valor de cambio en las relaciones sociales. Con todo, el fetichismo de la mercancía, lejos de ser ilusión, es realidad. Una realidad muy alejada de la ciencia, tal y como escribiría Marx, ya que, hasta el momento, «ningún químico ha descubierto valor de cambio en las perlas o en los diamantes».
El fetichismo de la mercancía y su paradoja, llevarían a Debord a plantearse que el concepto de lucha de clases no es más que una teoría para liberar el capitalismo de residuos de la misma manera que el aparato digestivo libera jugos gástricos. Solo hay una forma en la que se le puede cortar la digestión al capitalismo: golpeando en el hígado. Por algo Guy Debord siempre aspiró a ser un cruce de boxeador y poeta, entre Arthur Cravan y Lautréamont. Al final traspasaría las membranas psíquicas con la intensidad de ambos en lo que respecta a su deriva, a su aproximación romántica a la vanguardia, llegando hasta el cielo del espectáculo para denunciarlo. Desde las solapas de sus libros nos avisan de las veces en las que Debord «despertó mayor interés en la policía que en los órganos que se encargan de la difusión del pensamiento».
Montero Glez, El cadáver de Dios, jot down 12/02/2018

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