Com els poderosos enganyen el poble (Etienne de la Boètie).



Y hay que reconocer que ésta es la tendencia natural del pueblo, que suele ser más numeroso en las ciudades: desconfía de quien lo ama y confía en quien lo engaña. No creáis que ningún pájaro cae con mayor facilidad en la trampa, ni pez alguno muerde tan rápidamente el anzuelo como esos pueblos que se dejan atraer con tanta facilidad y llevar a la servidumbre por un simple halago, o una pequeña golosina. Es realmente sorprendente ver cómo se dejan ir tan aprisa por poco que se les dé coba. Los teatros, los juegos, las farsas, los espectáculos, los gladiadores, los animales exóticos, las medallas, las grandes exhibiciones y otras drogas eran para los pueblos antiguos los cebos de la servidumbre, el precio de su libertad, los instrumentos de la tiranía. Ese sistema, esa práctica, esos reclamos eran concebidos por los antiguos tiranos para embrutecer a sus súbditos y fortalecer el yugo. Los pueblos embrutecidos, entregados a esos pasatiempos y distraídos por un efímero placer que los deslumbraba, se acostumbraban así a servir tan neciamente (aunque peor) como a leer aprenden los niños pequeños con las imágenes iluminadas. A los tiranos romanos se les ocurrió, además, otra cosa: celebrar a menudo los decemviros, cebando a esas pobres gentes embrutecidas y agasajándolas por el sistema, siempre fácil, de seducirlas mediante el paladar. El más inteligente jamás habría dejado su cuenco de sopa para recobrar la libertad de la república de Platón. Los tiranos se desprendían fácilmente de un cuarterón de trigo, un sextario de vino y un sestercio; por lo tanto resultaba lamentable oír clamar “¡Viva el rey!” a los súbditos. Los muy zafios no se daban cuenta de que no hacían más que reembolsarse parte de lo que era suyo, y que el tirano no habría podido obsequiarles esa mínima parte sin habérsela sustraído antes.

Etienne de la Boètie, Discurso de la servidumbre voluntaria, Virus editorial, Barna 2016

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