Carlos Fraenkel: "A la gent no li agrada la possibilitat d'estar equivocada".

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Carlos Fraenkel

La filosofía no es sólo una materia que hay que aprobar en Secundaria. Es más, ahí es donde se inocula apenas el virus maravilloso en los ciudadanos y, al madurar, se hace grande, complejo y útil. Sin embargo, pesa aún la visión academicista, de señores con chaqueta de tweed y mirada severa que enuncian el autor del día con voz monótona.

La filosofía no es eso. No sólo. Es lo que trata de gritar Carlos Fraenkel, profesor en las universidades de Oxford y McGill (Montreal), con su obra Enseñar Platón en Palestina. Filosofía en un mundo dividido (Ariel), un ensayo que saca la materia a la calle y pone a los ciudadanos de zonas en conflicto (bélico, político, religioso, personal) ante la disyuntiva, la duda, el debate; que enseña que la filosofía es, sobre todo, una caja de herramientas para afrontar la vida.

Palestina, Indonesia, las favelas de Brasil, los judíos hasídicos de Nueva York, los indios nativos de Canadá... ¿Cómo se le ocurrió la idea de trabajar en estos terrenos minados teorías clásicas como las de PlatónSpinoza?

En parte la filosofía empezó como un proyecto público, Sócrates no daba clase en una academia al uso, sino que la sacaba fuera, a un espacio abierto, a la calle, implicaba a la gente de Atenas que nunca había sido expuesta a la filosofía. Para él era un experimento de campo, quería recuperar la dimensión pública y la tradición de lo oral y lo popular, no por desprecio a lo académico, donde el saber tiene un lugar muy importante, esencial, sino por no mantener ese saber confinado entre cuatro paredes y para unos elegidos. Hay mucho valor en utilizar todas estas herramientas fuera de lo establecido, está bien tener un entrenamiento riguroso al uso pero a la vez también es interesante poder poner estas herramientas al servicio de la gente que no tiene tanta formación.

¿Y con qué propósito?

Yo tengo dos hijos y cuando ellos llegan a tu vida empiezas a preguntarte cómo perciben tu profesión. Tengo que hacer que, para ellos, tenga sentido lo que hago. Me planteo cómo hacer que lo que explico en las clases les llegue a ellos también. Y de ahí surge la opción de que todos puedan participar de la filosofía. Este libro no es un proyecto exhaustivo pero sí da ejemplos de cómo se puede hacer que la filosofía sea útil para todos, en sitios que me parecían representativos por sufrir conflictos contemporáneos muy diferentes con la religión, las fronteras, la división social, el colonialismo... En todos hay posibilidad de plantear grandes cuestiones existenciales, desde si la piedad es algo que merezca la pena, o la aplicación de la justicia social o cómo reconstruir una sociedad demolida por la ocupación... La filosofía puede ayudar a articular el mundo, aunque en realidad eso no es nuevo, sino que yo refino algo que a veces dejamos pasar por alto.

¿Y qué conclusión ha sacado? ¿Puede el razonamiento llevar al entendimiento mundial?

Mi objetivo no es crear un consenso universal, el mundo sería entonces muy aburrido. No quiero vivir en un planeta donde todas las personas estén de acuerdo con todo el mundo. En cierto modo, yo apoyo el choque de culturas y civilizaciones. Lo que quiero es que se genere debate.

Es clave en su libro esa "cultura de debate" que quiere instaurar. ¿Al menos eso ha sido posible en estos escenarios?

Es posible en cualquier escenario, siempre que se dé el compromiso adecuado con la verdad. Cuando hablo de filosofía lo hago con un modesto concepto, no ambicioso, en el que la trato como una caja de herramientas, lógicas y semánticas, que nos permiten clarificar nuestras visiones, responder a un momento determinado. La clave está en amar la verdad por encima de la victoria de los argumentos. Lo importante es entrar en la discusión, no ganarla forzosamente, sino tratar de alcanzar la verdad. No he querido imponer visiones, ni siquiera cuando pienso que otros están equivocados, sino que sólo anhelaba proporcionar herramientas para reflexionar inteligentemente sobre las ideas. Y eso es más complicado, es cierto, cuando en algunas zonas se imponen visiones fundamentalistas.

Insiste en la idea de que una cosa es saber que el de enfrente está equivocado y otra muy distinta es culpar al otro por ese error, hacer sangre de esa diferencia. Es nuestro pan de cada día, el que trata de imponerse al otro y afear lo que piensa el diferente...

Es evidente: a la gente no le gusta la posibilidad de estar equivocado, eso genera un sentimiento de inseguridad, la gente podría estar equivocada y a la sociedad no le gusta escucharlo. La cultura de debate que defiendo requiere de una buena preparación para integrar esa visión en la base, en el sistema educativo, en los ciudadanos. Hay que hacer atractiva esta dialéctica a los jóvenes, que se acostumbren a la idea de que se pueden equivocar. No es algo que nos venga de forma automática, hay que trabajarlo, cultivarlo, es una actitud. Igual que nacemos sin saber álgebra o sin tocar el violín, tenemos que aprender estas habilidades intelectuales. La dialéctica requiere de práctica.

Eso entra por la educación y sólo por la educación...

Básicamente. Aprender eso de un manual no sirve. Si invertimos en educación de la forma adecuada, sin duda es el mejor medio. Creo que el lugar para aplicar esta visión es el instituto, a esa edad hay ya una madurez adecuada para entender ciertas cosas y todo el mundo tiene que cursar esos estudios, son obligatorios, no es algo que debas dejar para la universidad, a la que llega mucha menos gente. Tenemos que hacer esa dialéctica accesible, hay que apostar, proporcionar esta apertura que es fundamental para la cultura de debate. No es tratar de convencer a la gente de que están equivocados y es tu visión la buena, sino convencerlos de que no es terrible ni hay que avergonzarse a la hora de admitir la posibilidad de que se equivoquen. No es sólo un reto intelectual sino emocional, psicológico.

Pues dice usted eso en un país que quiere eliminar la asignatura de Filosofía de los planes de estudio.

Mire, le hablaré de Brasil para contestarle. Una de las cosas que me atrajo de ese país es que ellos están yendo en la dirección contraria a la de España. En 2008, tras años de olvido, se hizo una ley por la que la filosofía se convierte en una asignatura obligatoria en todos los niveles de Secundaria, durante tres años. Así que todos los brasileños estudian filosofía en el instituto. Todos. No son los campeones mundiales de la enseñanza de la filosofía pero el argumento para dicha ley fue que esta materia es necesaria para formar una buena ciudadanía. Hay una motivación política detrás, clara. Creo que sin esas herramientas filosóficas no puedes ser un buen ciudadano, democrático, no puedes participar plenamente en los debates o ayudar a la toma de decisiones políticas. Es algo absolutamente transformador.

La filosofía al menos para formar ciudadanos, aunque no se sepan de carrerilla lo que decía Aristóteles.

Sí. A veces mi concepto de filosofía es muy modesto. Como académico, he estudiado a Platón y Aristóteles y Spinoza, que mantienen un concepto de la filosofía que califico de heroico. Ellos creen que no sólo ofrece herramientas para que la gente decida, sino que también ayuda a formar una sociedad, a crear ciudades, a enseñar qué es el bien, como un aprendizaje. Es diferente al mío. Aunque he dedicado mucho tiempo a estudiar esa vertiente de la filosofía, no se presta, creo, al tipo de filosofía que necesita hoy la sociedad. Enseñar la filosofía sólo como algo erudito no sirve. ¡Claro que hay que saberse a los grande autores! Pero es como conocer las obras de VoltaireShakespeare, es necesario para ser una persona erudita, formada. Pero yo apuesto por algo mucho más importante, por la importancia de la filosofía por sí misma como valor. Los filósofos, quizá, no hemos hecho un esfuerzo suficientemente grande para que la sociedad lo comprenda, para persuadir al público de su necesidad.

Quizá la culpa no es sólo de los filósofos, sino de los políticos a los que no interesa esa ciudadanía crítica y lúcida, ¿no cree?

Si tienes políticos líderes que no apoyan la soberanía popular entonces tienes un problema. Grave. El concepto de filosofía que yo defiendo trata de empoderar al ciudadano y ofrecerle diferentes herramientas para que puedan serle útiles para conseguir sus objetivos en la vida. Necesitas un marco democrático para que esto funcione, para que puedas convertir tus ideas en acciones. Si no tienes ese marco o apenas tienes una democracia de mentirijillas, de apariencias, que no permite a la gente implementar sus visiones, tenemos un problema, insisto. Si el sistema político tiene este tipo de lagunas en sus apuestas educativas, todo este mundo no podrá construirse. Ése es el diagnóstico, pero le confieso que no le veo una buena solución a ese tema.

Usted defiende la discrepancia como valor. Eso tampoco casa con el mensaje de uniformidad y complacencia del mundo actual.

Depende de qué mundo. Creo que hay una diferencia notable entre Norteamérica y Europa. La sociedad europea suele ser más homogénea y uniforme, tiene más presión de la cultura de la mayoría. Canadá por ejemplo tiene una larga historia de ideología de bienvenida de los otros, de escuchar su discurso, de revisar su cultura y de dar la bienvenida a sus religiones o comidas... Y funciona. En EEUU también ocurre, en otra medida pero también. Ambas son sociedades inmigrantes, unos llegaron antes y otros después, pero vinieron de fuera, las condiciones del nuevo mundo fueron más favorables. Hay mucho sembrado, y volvemos al sistema educativo, el lugar donde la actitud social puede cambiarse, donde se puede hacer ingeniería social esencial por parte del estado, reciclar y mezclar, juntar a personas con diferentes trasfondos y de diferentes poblaciones, un intercambio en un mismo espacio.

Sincretismo para convivir.

Y conocimiento y respeto y apertura de mente. Mi hija, que va a escuela francesa secular, es de familia judía y a veces invitamos a nuestras fiestas a otros. Ella está muy orgullosa de esa raíz judía, pero a veces quiere un huevo de pascua, una tradición cristiana. La escuela es el lugar donde ella y cualquiera puede modelarse, donde se puede cambiar las cosas, si es que quieres cambiar algo. El problema con la política es que no se siente atraída por invertir en esto si no le es rentable para las siguientes elecciones. Deben pensar a largo plazo y no con ese límite temporal. La transformación social no es imposible pero no es necesariamente atractiva para un gobierno que tiene que mostrar algo tangible para poder ser votado.

En Europa ahora tenemos ese debate muy abierto, con el fenómeno de los refugiados. ¿Brazos abiertos o puertas cerradas?

Yo, como cualquiera, me quedé muy impresionado de lo que pasó en Colonia, los ataques organizados contra mujeres en Nochevieja. No creo que los inmigrantes se hicieran un favor a sí mismos con este comportamiento de algunos de ellos, pero voy más allá: existen diferencias culturales que se puede entender que motiven estos casos. Y que se pueden resolver con esta cultura de diálogo que propongo. Veamos: una de las cosas que he podido aprender con mis amigos musulmanes y piadosos de Egipto, es la relación tan especial que se establece entre hombres y mujeres en el Islam y en especial respecto al código sexual que se maneja. Gran parte de esta gente militante piensa que los seculares, por no tener limitaciones religiosas, no tienen ningún código de conducta, se dan al libertinaje, sin reservas. Esas son para mí las cosas que hay que explicar bien en Europa y en cualquier lado: la ética, la educación, valores humanos. Parece evidente pero hay gente para la que no lo es. No es relativismo total. Es un malentendido que está desarrollando la sociedad, y más cuando hay miedo y desconocimiento; por eso es algo de lo que hablar y pensar y no podemos desecharlo sin más. Es un gran reto para Europa, hay que empezar a pensar en establecer instituciones que promocionen ese debate, tienen que entenderse los unos con los otros o cerrar sus fronteras y dejar que tenga lugar una catástrofe humana, que tampoco es la solución. Hay una línea muy fina entre adoptar una actitud paternalista o ser demasiado abierto y permisivo.

¿Ha encontrado valores universales que se repiten allá donde va?

Intento apelar lo menos posible a esa idea de valores compartidos, pero para mí sí que hay algo indispensable y no negociable, que es el compromiso con la verdad. No es que haya detectado esos valores, pero espero que existan, porque sin ellos la cultura de debate no puede existir. Hace falta compromiso con la verdad y, por otro lado, el contrario casi, hace falta falibilidad, la posibilidad de entender que uno se puede equivocar. Tengo que tomarme en serio y estar convencido de que tengo razón, estupendo, pero a la vez tengo que estar dispuesto a entrar en un diálogo en el que ambos admitamos la posibilidad de que podemos estar equivocados. Más allá de eso, trato de mantener la mente lo más abierta que puedo. Lo que se considera válido en una cultura no se considera bueno en otra. Puede que haya algo en común en todo el planeta, pero para mi proyecto no es lo que más me interesa, sino hacer que la gente venga a la mesa a hablar.

Oiga... Al final... ¿sirve Platón en Palestina?

Todo debate es útil, también allí. Con los alumnos de Jerusalén Este analizamos La República, uno de cuyos conceptos claves es el autocontrol. Si quieres una vida guiada por la sabiduría necesitas autocontrol; si no, no vas a saber que hacer, es una virtud la clave, y eso allí lo conectamos con el concepto de resistencia no violenta. Es la manera más eficaz de pelear, porque al final el ocupante israelí es un ocupante iluminado, los propios israelíes podrían darse cuenta de que su ocupación no está reconocida, no es legítima. Además, todo el mundo apoyaría la causa palestina si opta por esa vía. ¿Cómo haces que la gente se enrole en esta no violencia cuando si te pegan quieres devolver el golpe? Si logras inculcar a la gente el autocontrol, se rompería el círculo vicioso de la violencia. Platón podría aportar una manera racional de luchar que sea útil para el conflicto actual.

Carmen Rengel, entrevista a Carlos Fraenkel: "Sin filosofía no se puede ser un buen ciudadano", El Huffington Post 27/02/2016

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