Voltaire i la religió.

Voltaire
Voltaire fue amante del pensamiento filosófico, pero también de  de la mesa, de la conversación  y de la belleza. Nunca se desprendió de una dosis de prudencia que, añadida a sus excelentes relaciones en el mundo de los poderosos, le protegió en parte de las represalias a las que por su condición de libre pensador se hallaba  expuesto.
Las Cartas filosóficas (publicadas clandestinamente en 1734) provocan en Francia reacciones furibundas de las autoridades religiosas que presionan a los jerarcas  civiles y consiguen que un ejemplar del libro sea públicamente quemado en las escaleras del parlamento. Se lanza contra él lo que se llamaba una lettre de cachet , en principio una carta  del rey  sellada y cuyo contenido se desconocía, pero que muy a menudo contenía una orden de arresto. Voltaire escapa a la amenaza con un primer  exilio está vez  interior, refugiándose en el castillo de la Champaña que poseía el esposo  de Emilie du Châtelet.
Desde su retiro envía una carta declarando su fidelidad a la religión de sus ancestros. Nada nuevo: Descartes  había dedicado sus Meditaciones  a los teólogos de la Sorbona y Galileo se curaba en salud diciendo que las teorías subversivas  avanzadas en su Diálogo eran sólo un artificio literario para mejor mostrar lo bien fundado de la ortodoxia, de tal manera que  "si otros han navegado más nosotros no hemos especulado menos". 
En ninguno de los casos era fácil que la cosa colara. En  lo que a Voltaire se refiere, fue autorizado a regresar a París,  pero la "lettre de cachet" nunca llegó a ser derogada, por lo que  una amenaza pendía sobre él. Los fructíferos años en los que tuvo la suerte de compartir sentimientos y conceptos con Emilie du Châtelet se hallan caracterizados por esta ambigüedad. Hay que salvar la propia libertad, e incluso quizás la propia vida, sin dejar de pensar, expresar  lo pensado y denunciar la insolente estulticia de los defensores de la superstición.
He señalado ya que uno de los  aspectos más de agradecer  en el admirable combate del pensador es que se niega a encasillar su destino en una disciplina y así mientras comparte con Emilie la reflexión que conduce a los Elementos de la Filosofía de Newton, escribe obras teatrales y poemas, sin olvidar asuntos religiosos, pues osa tocar  el tema de La Pucelle, la heroína de Orleans, tabú por excelencia, lo cual provoca escándalo en los medios  eclesiásticos, y  le lleva a refugiarse en...Holanda, "en medio de ese pueblo laborioso..." que decía ya Descartes.
Ser  adversario  de los anatemas de una religión dada no es seguro que guste al anatematizador de la religión rival. Voltaire escribe una obra teatral sobre Mahoma (Le fanatisme ou Mahomet), que a juicio de los rigoristas católicos partidarios del Jansenismo constituye un ataque encubierto al cristianismo. Desde luego no iban  descaminados, y el propio Voltaire pareció reconocerlo en su correspondencia. De hecho en un escrito ulterior sobre el Islam De l' Alcoran et de Mahomet (1748) el profeta sale relativamente bien parado y (asunto no sin interés  hoy en día) critica más la  ferocidad de los métodos para imponerse que el contenido doctrinal. Y así, tras un envoltorio de charlatanería, superstición y fanatismo cree descubrir en el Corán rasgos  positivos tanto en lo relativo a la concepción del hombre como  en materia social. En escritos posteriores esta tendencia se acentuará  y desde luego  Voltaire admira el pasado glorioso de la civilización árabe- musulmana.
Como todos los grandes pensadores  (y en general como todas las personas) Voltaire presenta muchas facetas. Los biógrafos han señalado alguna incoherencia en su disposición ante el hecho religioso y concretamente sobre un episodio que podría parecer motivado por una mezcla de pavor y oportunismo, un "por si acaso"  que sería una suerte de caricatura del  Pari  de Pascal: unos meses antes de su muerte, sufriendo de grandes molestias que hoy se sabe tenían su causa en  un cáncer de próstata, entrega a un sacerdote de la iglesia de San Sulpicio una confesión  escrita  con la que espera tener derecho a una absolución. Cada vez que he oído o leído algo referente a este episodio  me viene a la mente  un recuerdo personal:
Una anciana campesina que  había tenido 12 hijos con un marido de profesión corredor de vinos,  pero que tenía más bien fama de lo que los franceses llaman  "coureur de jupes" es decir faldero, sostenía que había perdonado a ese hombre casi todo, menos un acto inesperado de cobardía: diezmado por los años, semi-ciego y sin fuerzas, el temor la había hecho repudiar su laicismo y sus convicciones  anti-clericales apostando "por si acaso" a comprar el perdón, cediendo en su testamento a la parroquia de su pedanía una pequeña propiedad vinícola para que  el cura ofreciera misas por su alma.
Volviendo a Voltaire,  está sin embargo claro que  su  actitud pusilánime fue más bien un momento de oportunismo  mundano que de pavor al castigo eterno: se trataba de conseguir que sus restos no fueran (como los de Adrienne Lecouvreur)  sometidos a la deshonra social que suponía la exclusión del campo santo. La confesión ante el cura de San Sulpicio nunca fue considerada aceptable por la jerarquía religiosa que exigía una retractación en forma que nunca se dio. Los restos de Voltaire, errantes entre París y su residencia campestre en Ferney no pasaron por menos vicisitudes que los de Descartes. Finalmente, la revolucionaria "Asamblea constituyente"  decide en 1791 su traslado con honores a París, pese a la oposición   del "cuarto" constituido por los miembros del clero. Estos no podían olvidar que  en una cara posterior  a su "confesión" el filósofo declaraba  que si bien moría  "adorando a Dios", lo hacía  sin embargo "detestando la superstición". En boca de quien, ante la desolación  de Lisboa, había clamado contra la idea misma de Providencia, era dudosa la sinceridad de la primera afirmación. Los jerarcas eclesiásticos no podían tener duda alguna en relación a la segunda. 
Víctor Gómez Pin, Morir sin superstición, El Boomeran(g) 22/12/2015

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