La vida i l'exercici de la mort a la filosofia antiga.

Pierre Hadot
Platón ha dicho en todas sus cartas que la filosofía es un ejercicio de la muerte. Pero lo dijo de una manera paradójica. No quería decir: hay que ejercitarse en hacerse el muerto, por decirlos a sí, o en imitar la muerte (…), sino que quería decir: hay que desligar el alma del cuerpo. No se trataba de un ejercicio de la muerte, sino por el contrario de un ejercicio de la vida espiritual, o intelectual, de la vida del pensamiento; se trataba de encontrar otra forma de conocimiento distinto del conocimiento sensible. También podemos decir que había que pasar del yo empírico e inferior, destinado a morir, al yo trascendental; Sócrates, en el Fedón (115c), distingue claramente entre el yo que pronto se convertirá en un cadáver después de haber bebido la cicuta, y el yo que dialoga y actúa espiritualmente. No se trata en modo alguno de prepararse para la muerte; pero como Platón era siempre irónico, evocaba la representación que los no filósofos se hacían de los filósofos como gente muy pálida, con aspecto de moribundos; simplemente quería decir que había de desligarse de la vida sensible. Lo que por otro lado podía tener consecuencias para la salud; pero no se aspiraba a la muerte. De hecho, también los estoicos hablaron mucho del ejercicio de la muerte (…): la preparación para las dificultades de la vida, la praemeditatio malorum; los estoicos decían siempre: hay que pensar que la muerte es inminente; pero era menos para prepararse para la muerte que para descubrir lo serio de la vida. Marco Aurelio, por ejemplo, en tanto que estoico, decía: hay que pasar cada día como si fuera el último. Se trata de darse cuenta de que el momento que vivimos todavía tiene un valor infinito que, al poder ser interrumpido por la muerte, hay que vivir de una manera extremadamente intensa mientras la muerte no está allí. Los epicúreos también hablaban de la muerte. Según Séneca, Epicuro decía “piensa en la muerte”; pero tampoco era para prepararse para la muerte sino, por el contrario, exactamente como entre los estoicos, para tomar conciencia del valor del instante presente. Es el famoso carpe diem de Horacio: toma el hoy, sin pensar en mañana. Además, el pensamiento de la muerte, desde la perspectiva epicúrea, apuntaba a hacernos comprender en profundidad la ausencia de toda relación entre la muerte y el ser vivo que somos: “la muerte no es nada para nosotros”, decían los epicúreos, no tiene ninguna relación con nosotros, no hay ningún pasaje del ser a la nada. Lo que es, es, y eso es todo. La muerte no es un acontecimiento de la vida, dirá Wittgenstein. Entre los epicúreos había también la idea, común a los estoicos, de que hay que vivir cada día como si nos hubiera acabado la vida; es decir, con la satisfacción de decirse por la noche: “he vivido”. Hay aquí dos aspectos: por un lado, según esta perspectiva, e día ha sido vivido con toda intensidad, pero al mismo tiempo, por otro lado, cuando llegue el mañana, se considerará este nuevo día como una oportunidad inesperada. En el fondo, uno se dice: ya lo tenemos todo en un instante de existencia. Se trata siempre de una toma de conciencia del valor de la existencia.

Finalmente, tanto Platón como los estoicos y los epicúreos consideraron siempre el ejercicio de la muerte como un ejercicio de la vida. En una célebre fórmula de la Ética –en la cuarta parte, teorema 67-, Spinoza dice: “El hombre libre no piensa en la muerte, su sabiduría no es meditación de la muerte, sino meditación de la vida”. Evidentemente critica sin duda la fórmula platónica, pero quizá también a los cristianos, el memento mori de los cristianos. Así pues, Spinoza criticó el ejercicio de la muerte pero, en el fondo, quizá se equivocase, ya que de hecho la meditación o el pensamiento o el ejercicio de la muerte son siempre, en definitiva, un ejercicio de vida. (160-162)

Pienso que es lo mismo, en la medida en que el anticipo o el adelanto de la muerte es, en Heidegger, una condición de la existencia auténtica. La conciencia de la finitud ha de llevar al hombre a asumir la existencia tal y como es. Pero, en Heidegger, no se busca, como en la Antigüedad, eliminar la angustia de la muerte. Es éste, según creo, un rasgo del mundo moderno, un aspecto que, desde mi punto de vista, aparece solamente a partir de Goethe, Schelling y Nietzsche; la idea de que la conciencia de existir está ligada a una angustia, pero que lo que da valor a la vida es, justamente, como decía Goethe, el temblor ante lo Ungeheure, lo terrible, lo prodigioso, lo monstruoso, si se puede traducir así. Es algo que se encuentra en todo el pensamiento moderno, también en Rilke. Creo que este matiz de angustia no existe en modo alguno en Spinoza, ni en Epicuro, ni entre los estoicos, ni en Platón. (162-163)

El discurso filosófico como ejercicio espiritual


Pierre Hadot, La filosofía como forma de vida. Conversaciones con Jeannie Carlier y Arnold I. Davidson, Alpha Decay, Baran 2009

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