Què s'entén per economicisme?

El Roto
Se entiende, habitualmente, como “economicismo” o “economismo” una concepción de teoría o filosofía de la historia para la cual el proceso histórico está “determinado” o “condicionado” por los llamados “factores económicos”. Sin embargo, en su sentido más amplio, los principales economicismos no se limitan al ámbito historiográfico, sino que se presentan como concepciones del hombre o como teorías sociales. En este sentido, el economicismo puede ser descrito como una forma de pensamiento que considera, o que parte del supuesto, que los principales fenómenos humanos y sociales son, básicamente, de carácter económico. En consecuencia, afirma que dicho conocimiento es la clave para la explicación y la comprensión de dichos fenómenos.

Se dice que los autores que asumen este enfoque consideran que toda conducta humana es de carácter económico. Sin embargo, suelen reconocer la existencia de una dimensión valórica en las decisiones individuales, ajena a la racionalidad instrumental. De todos modos, creen que el hombre es, básicamente, un ser económico, o bien que la mayor parte de las conductas humanas pueden ser comprendidas y analizadas como acciones instrumentales, es decir, como la búsqueda de medios más adecuados para realizar fines. El economicismo puede asumir carácter normativo o bien convertirse en una propuesta para abordar problemas públicos y privados. Al afirmar que la única conducta racional es la estratégica —regida por el cálculo económico de maximización de beneficios y minimización de los costos—, sostiene que debe realizarse: “es, por tanto, debe ser”. (…)

Desde la perspectiva de la historia económica y social, es necesario comprender cuáles son las condiciones históricas de posibilidad de surgimiento y vigencia del economismo. Durante los siglos XVII y XVIII en Inglaterra, John Locke, Adam Smith, Adam Ferguson, Mandeville, Edmund Burke y otros crearon una nueva concepción: el liberalismo clásico inglés y, con ello, una visión del hombre y de la sociedad de carácter economista. Justamente estos pensadores aparecen frecuentemente citados en los textos de Hayek como representantes genuinos y clásicos siempre vigentes del “liberalismo” y como “verdaderos individualistas”. El liberalismo surgió en un contexto y ambiente cultural específico, es hijo de su tiempo, como diría un hegeliano, y más aún, es expresión intelectual de la nueva clase social ascendente, de la burguesía que había triunfado en “la gloriosa revolución” de 1688 en su lucha contra el absolutismo, la aristocracia y la cultura tradicional. Esto no significa ciertamente que la explicitación de su origen social e histórico, “el contexto de descubrimiento”, excluya la pregunta por su validez. (…)

La burguesía estimuló el desarrollo de una nueva cultura, basada en la “racionalidad subjetiva” en oposición a la “racionalidad objetiva” de la tradición grecolatina y medieval, en la cientificidad y en el racionalismo moderno. No es por azar que estas nuevas formas de pensamiento hayan surgido en Inglaterra, que fue la primera sociedad que se transformó por sí misma en capitalista y moderna. (…)

Existen argumentos que demuestran la continuidad entre Smith, Ferguson, Mandeville y los neoliberales, especialmente Hayek. Sin embargo, también se han señalado diferencias teóricas significativas. Smith define la economía como la ciencia que estudia el modo de satisfacer las necesidades humanas. Este es un concepto amplio que reconoce que la actividad económica es necesaria en todas las sociedades para reproducir la vida y, consiguientemente, reconoce la existencia de necesidades objetivas que deben ser satisfechas. Piensa que deben existir límites al funcionamiento de las leyes del mercado en el campo laboral: el tiempo de uso de la fuerza de trabajo es una mercancía cuyo precio no puede ser menor que el de los bienes básicos de reproducción de la vida del trabajador y su familia. Asimismo, diferencia claramente el factor trabajo del capital, y reconoce la diferencia entre los seres humanos y las cosas.

Los economistas neoclásicos y Hayek redefinen la economía como la ciencia del estudio de los mercados y de los precios. Como ha indicado K. Polanyi, se generaliza para todas la sociedades de todos las épocas la situación de la economía en la sociedad capitalista contemporánea. La exclusión del concepto de necesidades humanas y su sustitución por el de preferencias subjetivas implica la eliminación del concepto de límite de los bajos salarios, y radicaliza el carácter abstracto del sujeto económico. Asimismo, el concepto de Friedman de capital humano y su teoría sobre la población lleva al paroxismo la tendencia economicista del pensamiento neoliberal. Los seres humanos son convertidos, simbólicamente, en objetos disponibles junto a otras formas del capital, y por tanto acumulables y de completa disponibilidad para los propietarios del capital. Todo se convierte en capital.

Hay otras diferencias significativas entre Smith y Hayek. Por una parte, el primero reconoce como un sentimiento permanente de los seres humanos la compasión, en contraste con Hayek, quien la considera un atavismo que debe ser excluido de la actuación de la vida social y el mercado. Se citaron textos de Hayek en los cuales se muestra partidario de un radical darwinismo social que excluye la compasión y el reconocimiento del derecho a la vida de los que carecen de la posibilidad de comprar bienes mínimos para sobrevivir. Smith dice:

Por más egoísta que se pueda suponer al hombre existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que lo hacen interesarse por la suerte de los otros, que la felicidad de estos les resulte necesaria, aunque no derive de ella, nada más que el placer de contemplarla. Tal es el caso de la lástima o compasión. (Teoría de los sentimientos humanos)

Sin embargo, sostiene una teoría de la población que afirma que esta debe ser determinada por la demanda de mano de obra. Cuando se produce un exceso de oferta, esta debe disminuir mediante el hambre, y si la demanda es mayor que la oferta, debe aumentar la población para satisfacer la demanda. Es decir, la población humana es considerada como una forma de producción, análoga a la ganadería o producción de animales para el mercado.

En una sociedad civil, solo entre la gente de inferior clase del pueblo, puede la escasez de alimentos poner límites a la multiplicación de la especie humana, y esto no puede verificarse de otro modo que destruyendo aquella escasez una gran parte de los hijos de aquellos fecundos matrimonios. (Smith, citado en Hinkelammert, 1995, p. 77)

Se puede sostener la interpretación de que en aspectos centrales hay cierta continuidad entre liberalismo clásico y Hayek, lo que permite afirmar que participa de lo que Macpherson denomina “la teoría política del individualismo posesivo”. Sin embargo, hay también otras diferencias significativas entre Locke y Hayek. En síntesis, hay un conjunto de rupturas en la concepción del hombre, el mercado, la teoría del valor, el Estado y otros aspectos que avalan la interpretación de que la estructura teórica del pensamiento de Hayek es distinta de la del liberalismo clásico inglés. El análisis realizado permite demostrar la interpretación de que el pensamiento de Hayek no es la mera reconstrucción del liberalismo clásico, sino que es una versión radicalmente economicista de este.

Smith es el fundador de la economía política por diversas razones, una de ellas es especialmente importante, desde la perspectiva de este libro, y es que en su descripción del proceso económico parte del supuesto de que los mercados están articulados, que la economía se ha convertido en mercado integrado, y que tanto el trabajo como la tierra son plenamente mercancías. Este es un cambio histórico inédito. Como lo muestran los estudios de historia de la economía (Polanyi K., 1992; 1994b; 2012; Naredo, 1996; Scheifler, 1979), todas las sociedades premodernas establecieron mecanismos de control de la expansión de las relaciones mercantiles, y rechazaban convertir el trabajo y la tierra en mercancías. La actividad económica debía armonizar con las estructuras política, social y cultural.

Más aún, como lo muestra la comparación que hace Aristóteles entre la economía doméstica y comercial, la actividad económica no era reconocida como un fin en sí misma, y había, incluso, una desvalorización ética de la actividad comercial. Se producía para satisfacer necesidades, incluso para mantener el lujo de las aristocracias, las monarquías y las castas sacerdotales. Se trabajaba de diferentes modos porque cada estamento tenía un rol social asignado, por razones políticas, culturales y éticas. Aunque había intercambio, incluso internacional, este solo comprometía a una parte pequeña de la producción, y habitualmente comprendía solo artículos de lujo de consumo de las elites de poder, como lo muestra Henri Pirenne, en el caso del comercio internacional del Medioevo tardío (2012). La economía premoderna producía, básicamente, objetos útiles, valores de uso.

Hayek piensa que estas sociedades, que denomina “tribales”, no podían llegar a convertirse en sociedades de mercado porque sus habitantes estaban guiados o movidos por normas primitivas y atavismos primitivos. Ni siquiera podían imaginar una sociedad extendida con sus normas abstractas contrainstintivas. Sin embargo, todo indica que no deseaban generalizar las relaciones mercantiles, no porque estuvieran presos de creencias atávicas, sino porque comprendían, con bastante más claridad de lo que se piensa, que si no las limitaban, estas podrían destruir su integración social y cultural, y generar mucha infelicidad. Esto se manifiesta en el pensamiento de Cristo, Séneca y Buda.

La sociedad de relaciones mercantiles desarrolladas, como la llama Macpherson; capitalista, según la denominación de Marx, y de mercado, como la denomina K. Polanyi, fue el resultado de un proyecto político que se impuso mediante la coerción y la persuasión. Fue capaz de elaborar un nuevo saber, una nueva racionalidad secular, y crear el gran mito del progreso permanente que conduciría a un Estado utópico de bienestar y armonía. El pensamiento de Hayek es la última gran expresión de esta “mística del progreso”, como la llama Hinkelammert.

La economía de mercado y las formas de representación y pensamiento que se desarrollaron con ella no fueron el resultado de un lento proceso evolutivo espontáneo de transformación de las normas sociales, como piensa Hayek, ni tampoco del triunfo de las tendencias individualistas y encaminados hacia “la sociedad abierta”, como cree Popper. Fue una construcción histórica a partir de un proyecto intelectual y político que empezó a ser elaborado en el siglo XVII, que adquirió el carácter de una filosofía mecanicista con Hobbes, de democracia de mercado con Locke y se convirtió en un gran proyecto económico con Smith, Ferguson y Mandeville.

Este proyecto requirió que las dos realidades fundamentales que constituyen la esencia de toda sociedad: el trabajo y la tierra se convirtieran coercitivamente en “mercancías ficticias”, como las llama K. Polanyi: “Cuando se incluyen tales elementos (la tierra y al trabajo) en el mecanismo del mercado, se subordina la sustancia de la sociedad misma a las leyes del mercado” (1992, p. 80). Este es el criterio definitivo que diferencia las sociedades tradicionales de la sociedad capitalista. Sin embargo, se trata de realidades que no fueron “producidas” para ser transadas y vendidas.

El mercado formador de precios demostró su asombrosa capacidad para organizar a los seres humanos como si fueran simples cantidades de materia prima, y convertirlos, junto con la superficie de la madre tierra, que ahora podía ser comercializada, en unidades industriales bajo las órdenes de particulares especialmente interesados en comprar y vender para obtener beneficios. (Polanyi K., 1994b, p. 81)

De este modo, todo lo producido, lo “artificial” en el lenguaje aristotélico, así como lo “natural” se convierten, por la imposición de este proyecto económico político (Marx, 1986), en mercancías que en conjunto forman el mercado integrado, en el cual cada factor tiene un “precio”: salario, renta de la tierra, interés del capital, ganancia industrial y comercial. “La economía de mercado [es] una economía gobernada por los precios del mercado y únicamente por ellos”. Los precios se establecen mediante “las así llamadas leyes de la oferta y demanda” (Polanyi, 1992, p. 77).

“La economía de mercado implica un sistema de mercados autorregulado; en términos ligeramente más técnicos, es una economía dirigida por los precios de mercados y nada más”, dice K. Polanyi (1992, p. 54). Se explicita aquí la falacia del argumento de Hayek de que este tipo de economía es el único que incorpora el conocimiento particular y específico de los sujetos económicos, que se expresa en los precios, y, por tanto, que es el único orden económico posible, como reiteran estos autores. Es una falacia porque se parte del supuesto de que la economía de mercados integrados es, actualmente, el único orden económico posible. Toda otra propuesta de orden económico y social es irreal, utópica y llevaría al caos.

Asimismo, y en oposición a las representaciones de Hayek, el capitalismo del siglo XIX no fue, en modo alguno, un orden autogenerado. “El laissez-faire no tenía nada de natural, el propio laissez-faire fue impuesto por el Estado. El laissez-faire no era un cometido para el logro de algo, sino lo logrado” (Polanyi K., 1992, pp. 144-145).

Con la constitución del sistema capitalista todas las dimensiones humanas y sociales quedan subordinadas al proceso del mercado. “Una economía de mercado únicamente puede funcionar en una sociedad de mercado”, decía K. Polanyi (1992, p. 67). Fue necesario reorganizar el orden político, social y cultural para adecuarlo al mercado. “La sociedad es gestionada en tanto que auxiliar del mercado. En lugar de que la economía se vea marcada por las relaciones sociales, son las relaciones sociales las que se ven encastilladas en el interior del sistema económico” (Polanyi K., 1992, p. 67). La economía no es un orden autónomo, como sostiene Hayek, sino que, históricamente, se eliminaron todas las limitaciones y condiciones sociales que impedían que el mercado funcionara con independencia de las necesidades de la sociedad y su sistema político. Más aún, la cultura y la política fueron reorganizadas para favorecer el funcionamiento del mercado integrado. El mito y la glorificación del mercado producen un efecto perverso de dominación de este sobre la sociedad.

Al entregar todo el control de la economía y de la distribución del producto a este mecanismo ciego, la sociedad pierde la posibilidad de dirigir las actividades económicas. En la Modernidad se produjo un gran desarrollo de los medios de producción, acompañado y estimulado por la expansión imperialista europea, pero las consecuencias sociales, culturales y económicas fueron negativas y, en muchos casos, terribles para la mayor parte de la población.

Hayek idealiza “el siglo del liberalismo” que abarcó desde las primeras décadas del siglo XIX a las primeras del siglo XX. Este fue un periodo de revolución industrial, de aumento del crecimiento y de la productividad, pero con enormes costos sociales y sufrimientos para la mayor parte de la sociedad. Asimismo, como lo ha mostrado Foucault, fue la época de proliferación de las estrategias organizacionales de poder: el nacimiento de la clínica, el hospital psiquiátrico, las prisiones panópticas, la escuela y las fábricas masivas, cuyo funcionamiento se basaba en el control de los cuerpos, los castigos correctivos, la intervención sobre la subjetividad para adecuarla a las múltiples disciplinas del “buen ciudadano”, “del hombre normal”. A la vez, fue un siglo de expansión y consolidación del imperialismo europeo sobre África y Asia. Una época de rebeliones, de revoluciones sociales y democráticas, de las luchas sociales en Europa y  Estados Unidos.

Mises decía que a comienzos del siglo XX los obreros de los países centrales habían alcanzado cierto nivel de bienestar. K. Polanyi, superando el reduccionismo economicista de estos autores, critica el capitalismo de la época de un modo más amplio; destaca la pérdida de lazos sociales, el daño ambiental, en suma, los efectos negativos de la calidad de vida de los asalariados.

A pesar de la explotación, el trabajador podría haber estado mejor que antes en términos financieros. Pero un principio (el mercado) muy desfavorable para la felicidad individual y general estaba destruyendo su ambiente social, su vecindad, su posición dentro de la comunidad, su oficio; en una palabra, estaba destruyendo las relaciones con la naturaleza y con el hombre en las que se materializaba anteriormente su existencia económica. (Cursivas del original,  Polanyi K., 1992, pp. 134-135)

La crítica de K. Polanyi a la sociedad capitalista no solo se refiere a la pérdida de calidad de vida de los asalariados, sino que concierne a “la destrucción de la sociedad”, resultado de la cosificación de las personas en una sociedad de mercado. Estas son identificadas con la mercancía que venden en el mercado laboral, su “fuerza de trabajo” o a la vez con las mercancías que compran como “consumidores”. El carácter abstracto del sistema, explicitado críticamente por Marx, y presentado de modo positivo por Hayek y Popper, degrada a los seres humanos y los somete a las exigencias de rentabilidad. De este modo, los sujetos humanos se convierten en “objetos” de las ciegas fuerzas del mercado. K. Polanyi señala:

Si se permitiera que el mecanismo del mercado fuese el único director de la cantidad y el uso del poder de compra, se demolería la sociedad. La pretendida mercancía llamada “fuerza de trabajo” no puede ser manipulada, usada indiscriminadamente, o incluso dejarse ociosa, sin afectar también al individuo humano que sea el poseedor de esta mercancía peculiar. (1992, pp. 81-82)

Esta crítica proviene de Marx (1986), quien en su análisis del fetichismo de la mercancía, en El capital, muestra que la sociedad de mercado convierte a los seres humanos, creadores de las relaciones sociales y de las mercancías, en criaturas de las relaciones mercantiles. Este proceso destructivo de deshumanización está acompañado de daño a la tierra y el ambiente. La producción capitalista empobrece crecientemente al trabajador y la naturaleza. Su creatividad implica un proceso contrario de grave daño a estos “factores”. Según Smith, el proceso de producción capitalista es de destrucción creativa. Las críticas de Marx, Polanyi y Hinkelammert demuestran la magnitud de su dimensión destructiva: “La naturaleza quedaría reducida a sus elementos, las vecindades y los paisajes se ensuciarían, los ríos se contaminarían, se destruiría el poder de producción de alimentos y materias” (Polanyi K., 1992, p. 82).

Como respuesta a la sociedad liberal, durante el siglo XIX nace el pensamiento socialista, anarquista, marxista, socialcristianismo, y se desarrolla un nuevo liberalismo del autodesarrollo, desde J. S. Mill. Todas estas formas de pensamiento y de movimientos sociales realizaron la crítica al liberalismo clásico y su orden social desigual y excluyente, y se presentaron como alternativas de nuevos modelos de sociedad. Frente al cuestionamiento teórico y práctico del orden liberal, los Gobiernos fueron introduciendo restricciones al laissez-faire, las cuales se iniciaron en forma espontánea, sin que hubiera una teoría desarrollada. No hubo una planificación del “intervencionismo”, sino más bien un proceso de ensayo y error, en gran parte motivado por el desafío de los movimientos socialistas.

En este proceso de reformas del sistema, que K. Polanyi denomina “la gran trasformación”, participaron incluso sectores políticos y sociales conservadores y monárquicos, en Alemania, Italia y otros países. En muchos casos, fueron los mismos liberales quienes propusieron y lograron que se promulgara la legislación laboral y antimonopólica. Paralelamente, se fue produciendo un cambio del orden jurídico. Se pasó del Estado de derecho liberal al Estado de derecho social (Hikelammert, 2005). Todo este complejo y largo proceso generó una escisión entre los liberales: una parte importante o mayoritaria de ellos apoyaron las reformas, y un sector pequeño se opuso tenazmente a estas y las rechazó. Hayek es un gran heredero de este liberalismo conservador, como lo llama Cristi (1993, pp. 53-80).

Como muestra el análisis de la teoría liberal, y la experiencia histórica de su aplicación radical durante dos siglos, el proyecto de una sociedad plena de mercado autorregulada a largo plazo es utópico. K. Polanyi piensa que lo es porque su implantación origina siempre un movimiento social de autodefensa. Esto sucedió con el Estado de bienestar, donde se fueron introduciendo “elementos de desmercantilización” de las dos mercancías ficticias: trabajo y tierra. Asimismo, pensaba que “una sociedad tan poco natural como una economía y una sociedad de mercado y su reproducción, solo es posible a través de un inmenso esfuerzo político mantenido de legitimación: ese ha sido y es el papel y el sentido de la economía política clásica y neoclásica y del pensamiento liberal” (Prieto, 1996). En síntesis, se puede decir que los análisis críticos han demostrado la falsedad de la idea de Hayek de que la sociedad de mercado ha sido el resultado natural de la evolución de la sociedad. Por ello, su concepción de la sociedad no significa un aporte a su comprensión, sino un discurso de legitimación de la sociedad de mercado. (…)

El economicismo es el intento por homogeneizar lo existente bajo los símbolos del abstracto valor de cambio, que es una consecuencia de convertir todo: los hombres, la sociedad y la naturaleza, en parte o condición del mercado total. El economicismo puede ser analizado, desde Hegel y Marx, como una forma de alienación. Las relaciones mercantiles desarrolladas, producto de la acción humana, generan valores de cambio. Pero estas mercancías son imaginariamente sustantivadas, lo adjetivo se convierte en sustantivo, se transforman en Sujeto de múltiples cualidades humanas. Las mercancías parecen adquirir vida, convertirse en Sujetos de múltiples interacciones, independiente de los seres humanos. Parecen haber llegado a ser elementos dinámicos de un cosmos que posee sus propias leyes que se imponen con ciega necesidad sobre los hombres y las cosas. El mundo visto desde el economicismo convierte a los hombres, los seres de la palabra, en fuerza y astucia que unida a los instrumentos se orienta al aumento de la producción y la acumulación. El economicismo es una parte o una variante de la cosmovisión moderna.

La “racionalidad economicista” de Hayek transforma simbólicamente a los seres humanos concretos en fantasmagóricos jardineros, cuyo papel es desbrozar la maleza de los obstáculos que dificultan el desarrollo de las relaciones mercantiles, y estimular el crecimiento de realidades económicas naturalizadas, de las cuales parece depender su propia vida. Se trata de un proceso de alienación en el que se atribuyen a los productos de la acción humana las características de sus creadores. Estos se despojan de la propiedad de lo suyo, de lo propio, de su propia identidad, para atribuirla a los objetos “humanizados” que a sus ojos adquieren vida propia y exigen regir la vida humana.

Jorge Vergara Estevez, Mercado y sociedad. La utopía política de Friedrich Hayek, Corporación Universitaria Minuto de Dios, Bogotá 2015, pp. 259-

Bibliografia:

1995, Cultura de la esperanza y sociedad sin exclusión, D.E.I., San José
1992, La gran transformación, FCE, México
1994b, El sustento del hombre, Mondadori, Madrid
2012, Textos escogidos Kar Polanyi, Clacso y Universidad Nacional General Sarmiento, Buenos Aires
1996, La economía en evolución, siglo XXI, Madrid
1979Historia del pensamiento económico, Trillas, Mexico D.F.
2012, Historia de Europa, FCE, Madrid
1986,El Capital (T.1, vol 3), siglo XXI, México

1993, Hayek, Schmitt et l’Etat de droit, Kimé, Paris

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