El joc del singular i el joc del plural.

by Grant Haffner

Son tiempos de grandes proclamaciones, lo cual no necesariamente coincide con atractivos desafíos. No deja de haberlos, pero podría ocurrir que, formulados en los términos propuestos, no pasen de ser simples planes, y no siempre resulten interesantes. La emoción de los proponentes y su entusiasmo más parecen coincidir con su propia suerte que con la nuestra. Eso no impide su afán desmesurado por alcanzarla; antes bien lo confirma.

Sin embargo, una tarea conjunta no se reduce a una labor hecha entre varios.Convocarnos es más que limitarse a llamarnos a realizarla. Por eso no basta seguir a alguien para ir con él, para ir con ella. En ocasiones, cuanto más se dirigen a nosotros, más se ratifica lo que nos necesitan para conseguirlo. Y, sintomáticamente, su propio bien, su bien propio, coincide puntualmente con lo que se nos brinda para el nuestro. Pedimos convicción, pero no solo la que es un medio para acceder, esto es, para llegar a lo que se pretende.

No cabe achacar exclusivamente a quien nos convoca el hecho de que su insistencia en reivindicar lo colectivo más parezca ser una excusa para erigir su propia individualidad. Tal vez porque ya cree saber lo que nos conviene y considera que su protagonismo nos favorece. Sin dudar de la generosidad de la llamada a ir juntos, es preciso reconocer que el juego de lo singular y de lo plural es de una enorme complejidad y, desde luego, resulta imprescindible para decir, sobre todo, algo diferente. Y no es suficiente con la apariencia de que tiene lugar, ni con la escenificación de que ocurre. Es toda una tarea de pensamiento y de acción de gran exigencia. No tanto como para ampararse en ella a fin de evitarla con la remisión a lugares comunes.

No se pierde credibilidad por asumir la singular fragilidad para llegar a ser alguien consistente. Creer serlo sin fisuras y revestirse de supuesta contundencia para mostrar solidez no será sino el mayor flanco para mostrar debilidad, que evidentemente es algo bien distinto de esa fragilidad tan humana. Y no es fácil que tamaña debilidad no sea transparente. Pronto avisa dejando rastros de inconsistencia. Entre otras razones, porque hacerse cargo de la propia fragilidad es ya un signo de fortaleza. Y entonces, una vez asumida, no basta con que uno llame a los demás para que le sigan por el camino que considera adecuado, sino que se dirige a ellos porque comparte una misma necesidad y una misma voluntad. Esta experiencia ni se improvisa ni se aparenta. De no ser así, todo resulta impostado, incluso afectado, por una fatua confianza.

Sin que haya de ser un signo de arrogancia, no deja de ser interesante y atractivo que alguien nos necesite, nos llame, nos busque. No hay que suponer que ineludiblemente eso significa que pretende utilizarnos en su propio provecho. En ocasiones, se trata simplemente de la invitación para afrontar un desafío que requiere nuestro concurso. Tal vez ello nos libere del sopor de la resignación, la que considera que no hay nada que hacer, o que es lo mismo y da igual. Puede ocurrir, por otra parte, que ni siquiera haya un propietario de esa citación. Al cursarla, también cabe que quien la diga se la diga, al tiempo, a sí mismo.

No es un edicto ni una orden, sino algo que a la par responde a nuestra propia voluntad no siempre explícita, o que brota a la vez. Si hay un portavoz, no es en tanto alguien que domina o enseñorea lo que ha de hacerse. Solo podrá serlo en la medida en que su decir se corresponda con una escucha. De lo contrario, no habrá sino un liderazgo visionario, el de quien ya conoce lo que nos hace falta. En tal caso, “vamos” sería algo demasiado similar a “seguidme”, “seguidnos”. “Por vuestro bien”, se dirá. Pero qué distinto es decir “ven”, “venid”, que decir “vamos”.

Hay en todo ello la apelación a un despertar del letargo de la indiferencia y de la apatía que, en numerosas ocasiones, se explicita esporádicamente como malestar, como rechazo disperso, como desazón, como arrebato que, aparentando ser pasajero, deja heridas de difícil cicatrización. Hay en ese vamos también un arranque de la coyuntura en la que podríamos asentarnos. Y no necesariamente por comodidad, sino por otra forma habitual de la misma que es la resignada asunción. No ya de lo inevitable, sino de lo que no parecemos dispuestos a afrontar. Por ello, no deja de ser atractivo saberse copartícipe de un reto en el que sentirse concernido. Ahora bien, eso no ocurre sin más con pronunciar la fórmula.

No faltan quienes irrumpen con contundencia y se nos proponen atractivamente como portadores de una promesa. No simplemente de un conjunto de ofrecimientos, sino de un horizonte, que de una u otra forma, parece ser, más que una liberación, una salvación. Quizás ello sea imprescindible para que se aliente la esperanza y se recobre la ilusión, pero, a su vez, no cabe ignorar hasta qué punto estos terrenos requieren cautelas. No precisamente por falta de decisión o de energía, sino para que estas no cedan ante lo que solo esconde una forma, tarde o temprano explícita, de frustración. No nos referimos a que conviene no abrir falsas expectativas, sino a algo otro, a que es imprescindible no establecer antes las metas, desconsiderando la dirección y el sentido. Y este es un debate nada menor, si estos han de preceder a ellas o viceversa.

Suele decirse que importa en primer lugar saber a dónde deseamos ir. No es insensato. Sin embargo, no es menos importante conocer por dónde estamos y quiénes somos. No es suficiente con el imprescindible horizonte. Bien se conoce la importancia del camino. Asimismo considerado como fin y como resultado. Y de los caminantes. De lo contrario, no suele tardarse en posponerlo todo para la meta, que acostumbra, casi siempre, a tardar en llegar. Por eso, la propia errancia es a la par forma de vida. Y al decir “vamos” eso ha de suponer que ya nos hemos situado en condiciones de caminar juntos, en condiciones de proseguir la travesía conjuntamente sin exclusiones.

Conviene, por tanto, que el sujeto de esa convocatoria de transformación no se identifique con celeridad con una voz muy individual, salvo la singular de cada quien. Ciertamente, hemos de ir. Entre otras razones porque la situación requiere un desplazamiento, pero no solo de lugar, o de tiempo. “Vamos” es una exigente convocatoria que precisa permanentemente tener en cuenta al otro, a los otros, y acordar para elegir, y no solo elegir para, en su caso, ya veremos, acordar.

Angel Gabilondo, Vamos, El salto del Ángel, 13/01/2015



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