Som amb.


 
by Eka Sharashidze
Somos con, y eso dice de nosotros. Antes de cualquier relación, es su condición de posibilidad. Por ello, hay quienes sin estar explícitamente con nadie saben ser con otros, con los otros. Y no deja de pasar lo contrario.

En cualquier caso, no es suficiente reconocerse otro para sí mismo si se desea comprender lo que significa la alteridad. Eso precisa un verdadero encuentro con alguien. Únicamente a través de la experiencia de la singularidad irrepetible del otro, de la otra, es posible sentir y saber lo que significa ser uno mismo, pero a la par, hasta qué punto los demás son radicalmente suyos, diferentes, irreductibles a nuestra identidad. No basta con presuponerlo, ni con imaginarlo, ni con una actividad mental de complicidad, ni siquiera con un mero análisis, como si brotara al representárnoslo o al dejarnos guiar por lo que Hegel denomina “el sano sentido común”. Otro asunto es que no pocas veces en sus textos el otro parezca ser, no solo asumido, sino atrapado en las redes de un reconocimiento mejorable.

Tener que ver con alguien es una expresión que no solo denota complicidad. Literalmente muestra hasta qué punto, juntos, llegamos a ver más, incluso diferente. Ahora bien, el hecho de que alguien no sea uno cualquiera, el que fuera, no hace sino ratificar, a su vez, que en cierto modo nadie lo es. No pocas veces, sin embargo, confundimos la diferencia con la indiferencia.

Son tiempos en los que parece prevalecer un concepto restrictivo de individuo. Por un lado, se considera abstractamente y, por otro, eso mismo nos permite un supuesto aislamiento respecto de los requerimientos ajenos. Es lo que, por lo que se ve, nos justifica para marcar las distancias que garanticen no sentirnos afectados. Este poder no deja de ser el de una indefensión. Aunque podría suponerse que se trata de independencia, es otro modo de subordinación, el de hallarse ensimismado, vinculado solo consigo. No es de extrañar, aunque conviene no identificar la autonomía personal con la autosuficiencia.

En tal caso, es poco decir que nos necesitamos. No es una declaración general de reconocimiento de nuestros límites, de nuestras carencias, de nuestra indigencia y de nuestra vulnerabilidad, no es una proclamación universal que solicita, prácticamente implora, una ayuda, o un auxilio indeterminado. Sin duda, estos pueden ser bien imprescindibles, aunque en ocasiones es explícita una precisa falta, la de alguien concreto, singular, cercano.

No pocas veces provienen del otro las fuerzas de que carecemos. Y nos alcanzan. No es difícil, por otro lado, esgrimir todo un conjunto de razones a fin de apuntalar decisiones bien consistentes para fraguar formas de vida sin alguien. De lo que no hemos de deducir que se haya producido un desprendimiento de nuestro ser con los demás. En absoluto. Incluso la más radical de las soledades puede serlo tal por referencia a cualquier posible relación.

No basta con decir que somos solos, lo sintamos o lo estemos más o menos, ni con afirmar que hay una raíz de soledad constitutiva. Quizá también así se constata hasta qué punto somos relación. Lo que no impide, como Pessoa subraya, que hagamos la experiencia de ser nadie. Ahí radica explícitamente la apertura, la atención, con la que nos disponemos ante lo que podría venir y sobrevenirnos. No todo es solo temor. También la incertidumbre adopta en ocasiones el rostro de una llamada, que no es de mero auxilio. Que lo sea no impide que se vislumbre que ni siquiera somos los únicos y exclusivos propietarios de semejante experiencia de ser nadie. Ni de precisar abrirnos a los otros.

Tal vez nada lo muestre más certeramente que la palabra, la que nos falta, la que no acaba de llegar, la que más precisamos. La palabra incluso que nosotros mismos no somos capaces de decir, porque no sabemos, porque no podemos, porque ni siquiera la tenemos. O porque la creemos guardar mientras ya no es ni siquiera silencio. Algo con alguien empieza o acaba por ser una palabra compartida.

En épocas de cierta indiferencia, expresada en ocasiones en una aparente proliferación de aproximaciones sin relación, de voces sin palabra, se hace preciso reconocer hasta qué punto alguna distracción y determinada dejadez han nublado de ocupaciones esta ausencia. La vinculación entre el retorno de la palabra y la vuelta del otro supone constatar hasta qué punto esta conexión es fundamental para que sea la célula matriz mediante la cual el cuerpo social se recupere.

Y en esta reconstitución no es suficiente con una indeterminada y genérica exaltación, en un impreciso e incierto reconocimiento. Necesitamos palabras concretas, las de quienes son alguien porque consisten en ellas, y no precisan ninguna otra razón, ni ninguna otra distinción o poder ni para decirlas, ni para decírnoslas. Es así como vienen a ser de alguien, porque no hacen de tales palabras algo que sea simplemente un objeto, sino una acción que no es solo un acto, sino existencia propia.

Entonces puede labrarse una tarea conjunta, la que supone un desafío colectivo, la que considera la suerte común como aquello que no exige anular la singularidad, sino hacer que sea un motor de impulsión para no permanecer encerrados en una individualidad sin palabra. Ahora bien, llegar a ser alguien para alguien comporta toda una forma de vida, incluso el llegar a serlo para uno mismo. En cuanto nos descuidamos, somos algo.
 
Ángel Gabilondo, Ser con alguien, El salto del Ángel, 23/12/2014

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