Sofrir per sobreviure.


 

Conviene profundizar algo más en las sensaciones que provienen de los sentidos internos, como el placer y el dolor. De ellas depende la supervivencia y el bienestar mayor o menor del cuerpo humano. Para Damasio, el cerebro es un órgano que surgió a lo largo de la evolución natural como un mecanismo adaptativo, con la finalidad de favorecer la supervivencia corporal.

Salir de la caverna nos lleva a la lucha por la supervivencia, y por tanto a la teoría darwinista de la evolución, que conforma un nuevo teatro del mundo, particularmente duro, dramático y despiadado. En la caverna platónica los prisioneros miran. En la caverna darwiniana conocen, pero además sienten, sufren y solo a veces disfrutan. Estas sensaciones no provienen de sus sentidos externos, sino de los sentidos internos del cuerpo, que también están controlados por el cerebro. Caso de haber engaño en relación al dolor o al placer que se siente, el engaño no viene del mundo exterior, sino del propio cuerpo. Además de las sombras externas, que son proyectadas desde el exterior, también hay sombras internas, que pueden proyectar sobre el cerebro sensaciones artificiales de dolor o de placer. De hecho, este es el caso de muchas drogas, algunas de las cuales son fabricadas por el propio cuerpo, como las endorfinas, las cuales producen sensación e placer y ayudan a controlar el dolor. Cuando el dolor es excesivo es frecuente que el cerebro colapse, padeciendo un desmayo. Pero los desmayos también pueden ser causados por algunos recuerdos, así como por otros malestares y procesos mentales. El cerebro tiene sus propios mecanismos de defensa, al igual que el cuerpo. La inmensa mayoría de esos dispositivos son automáticos y tienen su origen en estadios primitivos de la evolución natural, de modo que difícilmente pueden ser considerados como específicamente humanos. En la lucha por la supervivencia, los cuerpos y los cerebros han construidos sistemas eficaces de supervivencia. Aquí no hay cósmos noetós alguno, este solo surge en la cueva cerebral y referido al pasado o al futuro, como deseo alucinatorio de un mundo ideal, es decir como caverna ideal. Sin embargo, para sobrevivir en la biosfera se requieren otros mecanismos, aparte de la capacidad de generar imágenes perceptuales. El cuerpo ofrece un amplio repertorio de ellos, algunos conscientes, otros inconscientes. No todos tienen conexión con el cerebro, este no controla todo el cuerpo, ni mucho menos. Llegamos así a una nueva modalidad de dualismo: la oposición entre lo consciente y lo inconsciente.

Comentemos brevemente lo que dice Damasio sobre el dolor, al que dedica mucha mayor atención que al placer, precisamente porque el dolor es un mecanismo de supervivencia, mientras que el placer se orienta al bienestar. Para él, la supervivencia y el bienestar son los valores biológicos por antonomasia, al menos para los seres humanos. Pero el dolor y el placer se producen en el cerebro:

lo que llamamos dolor o placer es el nombre para el concepto de un determinado paisaje del cuerpo que nuestro cerebro está percibiendo [...] la liberación de endorfinas (la morfina del organismo), que se unen a receptores opioides (que son similares a aquellos sobre los que actúa la morfina), es un factor importante en la percepción de un «paisaje de placer», y puede suprimir o reducir la percepción de un «paisaje de dolor». (El error de Descartes)

El cerebro produce endorfinas de manera natural, puesto que estas son marcadores de placer que se transmiten de neurona en neurona, generando sensaciones placenteras. Desde que los científicos han aprendido esto, la producción de endorfinas artificiales se ha convertido en un negocio muy rentable, dados los indudables beneficios que aporta a los enfermos, y quizá también a las personas sanas. Las drogas sintéticas son otro buen ejemplo de aquellos «objetos artificiales» de los que hablaba Platón. En este caso, los titiriteros no proyectan objetos ficticios, sino sensaciones ficticias, y lo hacen directamente al cerebro, porque saben los efectos placenteros que van a producir allí. Llegamos con ello a una especie de «caverna neuronal», todavía más microcósmica que la caverna cerebral. En realidad, se trata de una nanocaverna, porque esas reacciones químicas tienen lugar a escala nanométrica.

En todo caso, las ficciones no solo son visuales, auditivas o pentasensoriales, también pueden afectar a los sentidos internos del cuerpo, y más concretamente a las sensaciones de dolor o de placer, que son de las más primitivas en cualquier animal con cerebro. Hay placeres engañosos, desde luego, pero también dolores ficticios, como los psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas saben. La caverna cerebral tiene su propia estructura, que es innata, como Damasio subraya una y otra vez: «llegamos a la vida con un mecanismo preorganizado para conferirnos experiencias de dolor y placer». Evolutivamente, dichos mecanismos surgieron como un recurso en la lucha por la supervivencia y han ido mutando y evolucionando a lo largo de los tiempos, hasta llegar a la actual configuración del cerebro y de los sentidos internos humanos.

Sufrir para sobrevivir, esta es la base del diseño del cerebro, según Damasio. A diferencia del cósmos noetós platónico, la caverna darwiniana no está presidida por la idea del Bien. Cuando uno sale de la cueva propia, por ejemplo al despertar, se encuentra con otras personas, con muchos objetos y paisajes, también con animales y seres vivos, que sirven para su nutrición, y por ende para su supervivencia. Los cinco sentidos externos son indispensables para ganarse la vida en el mundo exterior. Pero el cerebro también está muy pendiente del mundo corporal interno, y concretamente de sus sensaciones. Esta es la peculiaridad de la teoría de Damasio. Sea cierta o no, nos ha permitido indagar otra modalidad de caverna, en este caso la corporal/ cerebral. También nos ha permitido mostrar que no hay principio del placer sin principio del dolor, y que este segundo está subordinado a un valor natural o biológico, la supervivencia. Sobre todo, ahora tenemos claro que hay objetos y sustancias artificiales que pueden actuar directamente sobre el cerebro, generando en él percepciones ficticias y artificiales, sean estas perceptivas, rememorativas o futuristas (152-155).

Javier Echeverría, Entre cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Triacastella, Madrid 2013

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