L'evolució lògica de l'ésser humà.

John Osborne sostuvo alguna vez que “el ordenador es la evolución lógica del ser humano: una inteligencia sin moral”; el dramaturgo inglés murió en 1994, y sólo podemos especular si los desarrollos de las últimas dos décadas lo hubieran llevado a cambiar de idea. Unas semanas atrás, la empresa australiana de optimización de motores de búsqueda Search Factory hizo públicas las conclusiones de un estudio en el que se afirmaba que buena parte de las búsquedas que se realizan habitualmente en Google carecen de sentido. Entre las más habituales, el estudio mencionaba las siguientes: “¿Es Lady Gaga un hombre?”, “¿cómo hacer que mi gato me quiera?”, “¿por qué no consigo casarme?”, “¿existe Santa Claus?”, “¿cómo ganar la lotería?”. Por absurdo (e inquietante) que parezca, mil personas al mes se plantean la siguiente pregunta: “¿Cómo esconder un cadáver?”, y millones de usuarios consultan habitualmente en Google cómo consultar en Google. La popularización de los ordenadores y de motores de búsqueda ha contribuido a un mayor acceso a la información, pero no nos ha enseñado cómo convertir esa información en conocimiento; por el contrario, parece haber inducido la idea errónea de que el conocimiento sería asequible mediante una simple búsqueda. El ensayista germanoparlante Philipp Theisohn afirma que el ordenador e Internet han sido perfeccionados de tal forma en los últimos tiempos que el único “factor perturbador” para su funcionamiento es el ser humano “con todas sus falencias (indolencia, falta de memoria, imprecisión)”. La certeza de que la única parte de nuestros ordenadores que no funciona correctamente somos nosotros (es decir, que somos la parte a ser eliminada para el correcto funcionamiento del conjunto) debería hacernos pensar en las palabras de John Osborne, quien, de vivir en nuestros días, posiblemente creyera que si “el ordenador es la evolución lógica del ser humano”, lo es sólo por carecer de moral, pero también de inteligencia.

Patricio Pron, Una inteligencia sin moral, El País semanal, 03/08/2014

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