'El artesano' de Richard Sennet (selecció de textos)

Poco después de la crisis cubana de los misiles, aquellos días de 1962 en que el mundo estuvo al borde de la guerra atómica, me encontré por casualidad en la calle con mi maestra Hannah Arendt. La crisis de los misiles la había conmovido, como a todos, pero también la había reafirmado en su convicción más profunda. En La condición humana había sostenido unos años antes que ni el ingeniero, ni ningún otro productor de cosas materiales, es dueño y señor de lo que hace; que la política, instalada por encima del trabajo físico, es la que tiene que proporcionar la orientación. Ella había llegado a esta convicción en la época en que el proyecto Manhattan desarrolló las primeras bombas atómicas en Los Álamos en 1945. (11)

La generación de Arendt podía cifrar el miedo a la autodestrucción, ponerle números de tal magnitud que nublaran la mente. En la primera mitad del siglo XX murieron al menos setenta millones de personas en guerras, campos de concentración y gulags. A juicio de Arendt, esta cifra representa la combinación de ceguera científica y poder burocrático (de burócratas sólo preocupados por cumplir su trabajo), encarnada en el organizador de los campos de exterminio nazis, Adolf Eichmann, a cuyo respecto utilizó la expresión “banalidad del mal”. (12-13)

La condición humana, publicado en 1958, afirma abiertamente el valor de los seres humanos que hablan franca e ingenuamente entre sí. Dice Arendt: “El habla y la acción … son los modos en que los seres humanos se manifiestas unos a otros no como objetos físicos, sino en cuanto hombres. Esta manifestación, en la medida en que se distingue de la mera existencia corporal, se basa en la iniciativa, pero se trata de una iniciativa de la cual ningún ser humano puede abstenerse sin dejar de ser humano”. Y declara: “Una vida sin habla y sin acción está literalmente muerta para el mundo”. En este ámbito público la gente debería decidir, a través del debate, qué tecnologías habría que estimular y cuáles reprimirse. Aunque es posible que esta afirmación sobre el intercambio de ideas parezca idealista, Arendt era a su manera una filósofa eminentemente realista que sabía que la discusión pública acerca de los límites humanos nunca podía ser una política de la felicidad. (15-16)

A juicio de Arendt, nosotros, los seres humanos, vivimos en dos dimensiones. En una hacemos cosas; en esta condición somos amorales, estamos absortos en una tarea. También anida en nosotros otro modo de vida superior; en él detenemos la producción y comenzamos a analizar y juzgar juntos. Mientras que para el Animal laborans sólo existe la pregunta “¿cómo?”, el Homo faber pregunta “¿por qué?”.

Esta división me parece falsa, porque menosprecia a la persona práctica volcada en su trabajo. El animal humano que es el Animal laborans tiene capacidad de pensar; el productor mantiene discusiones mentales con los materiales mucho más que con otras personas; pero no cabe duda de que las personas que trabajan juntas hablan entre sí sobre lo que hacen. Para Arendt, la mente entra en funcionamiento una vez terminado el trabajo. Más equilibrada es la versión según la cual en el proceso de producción están integrados el pensar y el sentir. (18)

Sólo podemos lograr una vida material más humana si comprendemos mejor la producción de las cosas (19-20)

Es posible que el término “artesanía” sugiera un modo de vida que languideció con el advenimiento de la sociedad industrial, pero eso es engañoso. “Artesanía” designa un impulso humano duradero y básico, el deseo de realizar bien una tarea, sin más. La artesanía abarca una franja mucho más amplia que la correspondiente al trabajo manual especializado. Efectivamente, es aplicable al programador informático, al médico y al artista; el ejercicio de la paternidad, entendida como cuidado y atención d los hijos, mejora cuando de practica como oficio cualificado, lo mismo que la ciudadanía. En todos estos campos, la artesanía se centra en patrones objetivos, en la cosa en sí misma. Sin embargo, a menudo las condiciones sociales y económicas se interponen en el camino de disciplina y compromiso del artesano: las escuelas pueden no proporcionar las herramientas adecuadas para hacer bien el trabajo y los lugares de trabajo pueden no valorar verdaderamente la aspiración de calidad. Y aunque la artesanía recompense a un individuo con una sensación de orgullo por el trabajo realizado, esta recompensa no es simple. A menudo el artesano tiene que hacer frente a conflictivos patrones objetivos de excelencia: el deseo de hacer bien algo por hacerlo bien puede verse obstaculizado por la presión de la competencia, la frustración o la obsesión. (20-21)

Suele definirse la era moderna como una economía de habilidades, pero ¿qué es exactamente una habilidad? La respuesta genérica es que habilidad es una práctica adiestrada. En esto, la habilidad se opone al coup de foudre o inspiración súbita. El atractivo de la inspiración reside en parte en la convicción de que el puro talento puede sustituir a la formación. Para apuntalar esta convicción suele acudirse a los prodigios de la música. Es un error.. Es verdad que Wolfgang Amadeus Mozart era capaz de recordar larguísimos pasajes, pero entre los cinco y los siete años este compositor había aprendido a entrenar su gran memoria musical innata improvisando al teclado. Desarrolló métodos para dar la impresión de que producía música de manera espontánea. La música que luego escribió sigue pareciendo espontánea porque la trasladó directamente al papel con relativamente pocas correcciones, pero las cartas de Mozart demuestran que volvía mentalmente una y otra vez a sus partituras antes de dejarlas impresas en tinta.

Deberíamos sospechar de las pretensiones del talento innato, no entrenado. “Podría escribir una buena novela sólo con tener tiempo suficiente” o “sólo con poder concentrarme”, es en general una fantasía narcisista. Por el contrario, volver una y otra vez a una acción permite la autocrítica. La educación moderna teme que el aprendizaje repetitivo embote la mente. Temeroso se aburrir a los niños, ansioso por presentar estímulos siempre distintos, el maestro ilustrado evitará la rutina; pero todo eso priva a los niños de la experiencia de estudiar según sus propias prácticas arraigadas modulándolas desde dentro.

El desarrollo de la habilidad depende de cómo se organice la repetición. Por eso en la música, como en los deportes, la duración de una sesión de práctica debe juzgarse con cuidado; la cantidad de veces que se repite una pieza depende del tiempo durante el cual se pueda mantener la atención en una fase dada del aprendizaje. A medida que la habilidad mejora, crece la capacidad para aumentar la cantidad de repeticiones. Es lo que en música se conoce como regla de Isaac Stern; este gran violinista declaró que cuanto mejor es la técnica, más tiempo uno puede ensayar sin aburrirse. Hay momentos de hallazgos repentinos que desbloquean una práctica que estaba atascada, pero esos momentos están integrados en la rutina. (53-54)

Para la generación anterior, el mero servicio a una compañía era otra recompensa por el trabajo, labrada en piedra burocrática a través de los aumentos automáticos de sueldo por antigüedad. En la nueva economía, tales recompensas por los servicios han disminuido o desaparecido; hoy las empresas tienen una visión a corto plazo, con preferencia por trabajadores más jóvenes y más frescos sobre los más viejos, supuestamente con mayor implicación personal en la empresa. Para el trabajador, eso significa que, a medida que acumula experiencia, pierde valor institucional. Los primeros técnicos a quienes entrevisté en Silicon Valley pensaban que la superación de este problema de la experiencia pasaba por el desarrollo de sus habilidades y la creación de una coraza interna que pudieran trasladar de empresa a empresa.

Pero el oficio no los protege. En el actual mercado de trabajo globalizado, los trabajadores de habilidad media corren el riesgo de perder su empleo y verse sustituidos por un colega en India o China con sus mismas habilidades, pero que trabaja por un salario más bajo; la pérdida de empleo ya no es tan sólo un problema de la clase obrera. Una vez más, muchas empresas tienden a no realizar inversiones a largo plazo en las habilidades de un empleado y prefieren contratar personal nuevo que disponga ya de las habilidades necesarias, antes que embarcarse en el proceso más caro del reciclaje. (50-51)

Nuestros antepasados de la Ilustración creían que la naturaleza proveía a la humanidad en general de la inteligencia necesaria para trabajar bien; consideraban al ser humano un animal capaz, convicción en la que basaban la exigencia de mayor igualdad. La sociedad moderna tiende a dar particular importancia a las diferencias de habilidad: la “economía de las habilidades” intenta constantemente distinguir entre listos y tontos.  Nuestros antepasados ilustrados tenían razón, al menos en lo tocante a la artesanía. Todos compartimos aproximadamente en la misma medida las destrezas elementales que nos permiten convertirnos en buenos artesanos; la motivación y la aspiración a la calidad es lo que lleva a los seres humanos por distintos caminos en la vida. Las condiciones sociales conforman estas motivaciones. (297-298)

En inglés antiguo, career (carrera profesional) designaba un camino bien trazado, mientras que job (empleo) se refería simplemente a un trozo de carbón o una pila de madera que se podía llevar de un lugar a otro a voluntad. El orfebre medieval en el seno de un gremio era un ejemplo del rumbo de una “carrera” en desarrollo. Su senda vital estaba bien trazada en el tiempo, claramente marcadas las etapas de su progreso, incluso cuando el trabajo mismo fuera inexacto. Era la suya una historia lineal. Como he mostrado anteriormente, la “sociedad de las habilidades” está demoliendo las carreras profesionales; hoy predominan los empleos aleatorios; se piensa que, en el curso de su historia laboral, la gente ha de desplegar un abanico de destrezas en lugar de cultivar una única habilidad; esta sucesión de proyectos o tareas erosiona la creencia de estar llamado a hacer bien una sola cosa. La artesanía parece particularmente vulnerable a esa posibilidad, puesto que se basa en el aprendizaje lento y en el hábito. (326)

La mayor parte de la gente desea creer que su vida es algo más que una serie aleatoria de acontecimientos sin conexión entre sí. (327)

He dejado para el final mi propuesta más controvertida: la de que prácticamente todos los seres humanos pueden llegar a ser buenos artesanos. Es una propuesta controvertida porque las sociedades modernas clasifican a las personas de acuerdo con una estricta jerarquía según su habilidad. Cuando mejores son en algo, menor es su número. Este enfoque no sólo se ha aplicado a la inteligencia innata, sino también al posterior desarrollo de las habilidades: cuanto más lejos se llegue, menos personas habrá allí.

La artesanía no se adapta a este marco. Como se verá, el ritmo de la rutina en la artesanía se inspira en la experiencia infantil del juego, y casi todos los niños juegan bien. No es probable que el diálogo con los materiales que se da en la artesanía sea recogido por los tests de inteligencia; una vez más, la mayoría de las personas es capaz de razonar bien sobre sus sensaciones físicas. El trabajo artesanal encarna la gran paradoja de que una actividad de gran refinamiento y complejidad surja de actos mentales tan simples como la descripción detallada de los hechos y su indagación posterior.

Nadie podría negar que los individuos nacen desiguales o se vuelven desiguales. Pero, en lo que respecta a los seres humanos, la desigualdad no es lo más importante. La capacidad de nuestra especie para producir cosas pone más en evidencia lo que tenemos en común. Del hecho de compartir estos talentos se desprenden consecuencias políticas. La Enciclopedia de Diderot afirmaba que la base común de los talentos era la artesanía, tanto en su principio general como en los detalles prácticos, porque en ella descansaba una visión de gobierno. Aprender a trabajar bien capacita para autogobernarse y, por tanto, convierte a los individuos en buenos ciudadanos. La criada laboriosa tiene más probabilidades de ser una buena ciudadana que su señora aburrida. (…) La convicción de que el buen trabajo modela una buena ciudadanía sufrió un proceso de distorsión y perversión en el curso de la historia moderna, para terminar en las vacías y desoladoras mentiras del Imperio soviético. La desigualdad derivada de comparaciones odiosas pasó a primer plano como una verdad aparentemente más fiable en torno al trabajo, pero esta “verdad” socaba la participación democrática.

Quisiéramos recuperar algo del espíritu de la Ilustración en términos adecuados a nuestra época. Quisiéramos que la habilidad compartida en el trabajo nos enseñara a autogobernarnos y a conectar con otros ciudadanos en un terreno común. (329-330)

El aburrimiento es un estímulo tan importante en la artesanía como en el juego: al aburrirse, el artesano busca qué más puede hacer con las herramientas que dispone. (335)

El saber artesanal se inspira en lo que aprenden los niños en el diálogo del juego con los materiales físicos, la disciplina para obedecer reglas y el progreso de la complejidad en el establecimiento de esas reglas. Sin embargo, pese a la universalidad del juego y a su riqueza de implicaciones para la vida adulta, el prejuicio moderno se aferra a la convicción de que sólo unas pocas personas tienen capacidad para realizar un trabajo verdaderamente bueno. Recordando las convicciones políticas de Jefferson, podríamos reformular este prejuicio de la siguiente manera: la buena aptitud ciudadana que se da en el juego, se pierde en el trabajo. (336)

La Ilustración esperaba que, al aprender a hacer un buen trabajo, los hombres mejorarían su capacidad de autogobierno. Ese proyecto político no se ve en absoluto amenazado por falta de inteligencia entre los seres humanos comunes. Tal vez el corazón del artesano sea una roca menos sólida. Es probable que la mayor amenaza para el artesano no sea la falta de recursos mentales, sino el mal manejo emocional del impulso a hacer un buen trabajo, mala gestión que la sociedad puede empeorar o tratar de rectificar. (350)

En la empresa, los regímenes actuales de administración de tests tienden a identificar la habilidad potencial innata, aplicable a las oportunidades en rápida transformación, propias de la economía globalizada. Hacer bien una cosa o comprenderla en profundidad puede ser una fórmula segura para que un trabajador o una compañía se queden atrás en esta febril carrera de cambios. Los tests que miden la capacidad de una persona para manejar muchos problemas a costa de la profundidad convienen a un sistema económico que premia el estudio rápido, el conocimiento superficial, demasiado a menudo encarnado en consultores en tránsito constante por distintas organizaciones. La habilidad del artesano para profundizar representa el polo opuesto de la habilidad potencial así desplegada. (349)

Este estudio ha tratado de rescatar al Animal laborans del desprecio con el que lo trató Hannah Arendt. El animal humano en el trabajo puede verse enriquecido por las habilidades y dignificado por el espíritu de la artesanía. (351)

John Dewey: “Desde el punto de vista psicológico, el trabajo no es más que una actividad que incluye conscientemente la consideración de sus consecuencias como parte de sí mismo; se convierte en trabajo coaccionado cuando sus efectos quedan al margen de la actividad, como un fin para el cual ésta sólo es un medio.” Democracia y educación (353)

El argumento que he defendido en este libro sostiene que el oficio que consiste en producir objetos físicos proporciona una visión interior de las técnicas de la experiencia capaces de modelar nuestro trato con los demás. Tanto las dificultades como las posibilidades de hacer bien las cosas se aplican al establecimiento de relaciones humanas. Los desafíos materiales, como el trabajo de las resistencias o el manejo de las ambigüedades, ayudan a comprender las resistencias que unas personas desarrollan con respecto a otras o las inciertas fronteras entre ellas. He insistido en el papel abierto y positivo que la rutina de la práctica del juego desempeña en la producción artesanal de objetos físicos; de la misma manera, la gente necesita practicar las relaciones interpersonales y aprender las habilidades de la anticipación y la revisión a fin de mejorar estas relaciones. (355)

El saber artesanal muestra la continuidad entre lo orgánico y lo social en acción. (356)

Se podría decir que el pragmatismo moderno es fiel a la creencia de Jefferson de que aprender a hacer bien un trabajo es el fundamento de la ciudadanía. Tal vez el hecho de que esa fe originariamente ilustrada mantenga su fuerza impulsora se deba a que establece un puente entre las esperas de lo social y de lo político, mientras que Arendt, al inspirarse en una antigua tradición de pensamiento político que se remonta a Maquiavelo, creía que el arte de gobernar era un campo de pericia autónomo. (356-357)

El autogobierno supone la capacidad de los ciudadanos para trabajar colectivamente en la solución de problemas objetivos, para desconfiar de las soluciones rápidas. (…) El reproche de Arendt a la democracia es que exige demasiado de los seres humanos ordinarios; sin embargo, en lo que respecta a la democracia moderna sería más adecuado decir que les exige demasiado poco. Sus instituciones y herramientas de comunicación no se inspiran en el desarrollo de las competencias que la mayoría de las personas despliega en el trabajo. (357)

Lo que más enorgullece a los artesanos es el desarrollo de las habilidades. Por eso la simple imitación no produce una satisfacción perdurable; la habilidad tiene que evolucionar. La lentitud del tiempo artesanal es una fuente de satisfacción; la práctica se encarna en nosotros y hace que la habilidad se funda con nuestro ser. La lentitud del tiempo artesanal permite el trabajo de la reflexión y de la imaginación, lo que resulta imposible cuando se sufren presiones para la rápida obtención de resultados. La madurez implica mucho tiempo; la propiedad de la habilidad es duradera. (362)

La intención del pragmatismo es enfatizar el valor de la indagación ética durante el proceso de trabajo, en oposición a la ética ex post facto, investigación que comienza tras la consumación de los hechos.  (363)

Comprender la secuencia de desarrollo interno de la práctica del oficio, las fases del proceso por el cual se hace uno mejor artesano, puede contrarrestar la convicción de Hannah Arendt sobre la irreflexividad del Animal laborans. (363)


Richard Sennet, El artesano, Anagrama, Barna. Segunda edición 2010

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