Neuroescépticos.

Este otoño, algunos de los que escriben sobre la ciencia, llamémosles escritores científicos, se han dedicado a hacer leña con un nuevo ejemplo de neurociencia de baja calidad. La culpable esta vez es Naomi Wolf; su nuevo libro, «Vagina», ha recibido un rotundo varapalo por sus tergiversaciones sobre el cerebro y las sustancias neuroquímicas como la dopamina y la oxitocina.


A principios de este año, Chris Mooney suscitó iras similares con su libro «The Republican Brain» (El cerebro republicano), en el que afirma que los republicanos de los EE.UU son genéticamente distintos — y, como muchos lectores dedujeron, inferiores — a los demócratas. «Si el argumento de Mooney le suena a usted familiar, no hay nada extraño en ello», ironizan dos escritores científicos. «Se conoce con el nombre de “Eugenesia” y se basa en la creencia de que algunos seres humanos son genéticamente inferiores».

Estas duras palabras de escritores científicos no son más que la punta del hipocampo: la ciencia al minuto de hoy, vulgarizada para audiencias masivas está sometida a ataques de mucha más envergadura.

Les presentamos a los «neuroescépticos». El neuroescéptico puede ser un amante de la neurociencia, pero no de lo que considera su «bastardización» por parte de popularizadores fluidos, pero insustanciales y a menudo mal informados.

Un panda de blogueros enérgicos y divertidos, en su mayoría anónimos, aficionados a la Neurociencia — subdivididos en neurocríticos, neuroescépticos, neuropirados y demás escritorzuelos sobre asuntos de la mente — vienen señalando periódicamente los fallos y tonterías que van encontrando en el discurso neurocientífico más en boga.

Este grupo, por ejemplo, puso a caldo un reciente artículo de Newsweek en el que un neurocirujano afirmaba haber descubierto que «el cielo es real» después de que «se le apagara» el córtex. Este tipo de periodismo, alegan estos críticos, es «ínfimo», mera «superficialidad simplista». Hay también publicaciones, desde el Guardian hasta el New Statesman, que han publicado artículos en los que machacan a populares escritores superespecializados en neurociencias como Jonah Lehrer y Malcolm Gladwell. La conferencia de la neuropsicóloga de Oxford Dorothy Bishop con la que le echó una bronca a los habituales de la mala neurociencia causó sensación en la Red el pasado verano.

Como periodista y crítica cultural, aplaudo la reacción en contra de lo que a veces se llama «porno cerebral», que plantea importantes cuestiones sobre este pensamiento reduccionista y desordenado y nuestra disposición a aceptar explicaciones aparentemente neurocientíficas para, por decirlo de alguna manera, casi todo.

¿Votas a los republicanos? ¡Oh, es la química del cerebro! ¿Éxito en el trabajo? ¡Neuroquímica fortuita! La neurociencia se ha asociado con otras cosmovisiones totalizadoras – marxismo, el freudismo, la teoría crítica – de las que tanto se ha abusado y que tan mal se han aplicado.

Un equipo de científicos británicos ha analizado recientemente cerca de 3.000 artículos sobre neurociencia publicados en la prensa británica entre 2000 y 2010 y han encontrado que los medios de comunicación periódicamente distorsionan y embellecen las conclusiones de los estudios científicos. La conclusión de los investigadores, publicada en la revista Neuron, fue que «una información sobre neurociencia irrelevante desde un punto de vista lógico introduce una apariencia de credibilidad autorizada y científica en un debate». Otra forma de decirlo es que la falsa ciencia da al pensamiento difuso e indisciplinado una apariencia de seriedad y veracidad.

El problema no es sólo que ciertos autodenominados científicos saquen a menudo conclusiones falseadas sobre la neurociencia. Es también que forman parte de una tendencia cultural más amplia, en la que las explicaciones neurocientíficas eclipsan interpretaciones históricas, políticas, económicas, literarias y periodísticas de la experiencia. Algunos de los neuroescépticos son también estudiosos de humanidades que cuestionan la forma en que se ha infiltrado la neurociencia en sus disciplinas, creando fenómenos como el «neuroderecho», que, en parte, utiliza la prueba de daños cerebrales como fundamento para la defensa judicial de personas acusadas de atroces delitos, o la «neuroestética», una combinación muy a la moda de la historia del arte y la neurociencia.

No es difícil entender por qué la neurociencia es tan atractiva. Todos buscamos atajos hacia la ilustración. Es reconfortante creer que las imágenes cerebrales y los análisis asistidos por ordenador revelarán la verdad fundamental sobre nuestra mente y sus contenidos. Pero, tal como aclaran los neuroescépticos, puede que, con la esperanza de que sus explicaciones serán definitivas, le estemos pidiendo demasiado a las neurociencias. En todo caso, es difícil imaginar que unas imágenes por resonancia magnética funcional o un mapa químico puedan llegar a explicar «La copa dorada» de Henry James o el concepto de «cielo». O que las imágenes cerebrales, con independencia de lo sofisticadas y precisas que puedan ser, lleguen jamás a decirnos lo que realmente quieren las mujeres.

Alissa Quart, "Neuroescépticos". Asalto a la neurociencia, cultura 3.0, 11/12/2012

Alissa Quart es la autora de «Branded» y «Hothouse Kids.»

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