Les raons de la pèrdua del món.

 
Cuando se recuerda que Hegel celebra el acierto de Descartes por pisar el terreno, el verdadero terreno del pensar, ha de subrayarse asimismo que, sin embargo, a su juicio no ve el país. No pocas veces, enfrascados en nuestras vicisitudes y tareas, empeñados en fijarnos con precisión de miniaturista en lo que parece estar bien contiguo, tenemos dificultades para una mirada de más vuelo y alcance. Y en esa medida se nos nubla la vista para lo más próximo. En caso de intentarse, pronto se es tildado de iluso o de estar seducido por las ensoñaciones de lo que no se deja atrapar inmediatamente. Y de nuevo se es convocado a la faena, a centrarnos en ella, a concentrarnos en lo que merece la pena, esta concreta pena, en la labor que ha de mantenernos atentos y bien ocupados.

Poco a poco uno va acostumbrándose a no ver más allá del limitado horizonte de sus ocupaciones inmediatas. La reducción del mundo a nuestro mundo es la antesala de la pérdida de mundo. Y entonces no hay otro alrededor que una suerte de decorado que nos circunda, un contorno que nos envuelve. Pero también nos entorna. Para empezar, la mirada. Y ya no parecemos precisar ver mucho más. Todo viene a ser razonable. Y parece que suficiente. Estamos aproximadamente en donde cabe labrar los surcos que nos correspondan.

Inmersos, absortos en una suerte de olvido permanente, que a su modo nos ayuda a sobrellevarnos, nos entretenemos en los quehaceres diarios, lo que sin dejar de ser sensato tiene no poco de inconsciente. Ello no impide el ajetreo y el vaivén de lo que nos rodea. Y no es justo ignorarlo. Y ni siquiera conveniente. Entre otras razones, `porque no está claro que no haya mucho que aprender y no poco que recibir. Y no menos que entregar. No pocas veces cerca, muy cerca, hay quienes resultan atractivos, desconcertantes, sorprendentes y no siempre ni necesariamente por su espectacularidad, ni por su despliegue del libro de las maravillas.

Ni siquiera los entornos más próximos son siempre homogéneos. No basta con guiarnos por lo previsible, por lo esperable, para finalmente limitarnos a confirmar lo que ya pensamos. Despertar a lo que está a nuestro alrededor no es siempre lo más frecuente. De hacerlo, nos podríamos asombrar. Quizá sería suficiente con fijarnos, con escuchar, para modificar nuestra mirada. Damos demasiado por supuesto, anclados en lo que ya somos, y nos limitamos a aferrarnos dando vueltas sobre los mismos asuntos. Pero la irrupción de una palabra singular, la consideración de lo que vive, de lo que piensa, de lo que siente alguien acuciado por las vicisitudes de su existencia cotidiana podría desplazar nuestra mirada. No es suficiente con lo que nos ocurre, es preciso abrirse al otro, a lo otro, y no reducirnos a nuestras actividades, en un ir y venir a nuestros asuntos sin movernos del sitio.

Deslumbrados por lo más inmediato, cegados por la urgencia de lo que nos apremia, ya no parecemos empeñados en dar sentido, sino simplemente en ejecutar lo que nos corresponde. Cualquier realización ya no nos realiza. Parece bastar con hacer una y otra vez, con ir, con cumplir nuestra ración, con desempeñar nuestra función. Sin embargo, cerca, bien cerca, cabe tal vez la posibilidad de abrir nuestra mirada, y ya no solo para lo otro, sino para alumbrar lo diferente en aquello que venimos haciendo. De no ser así, no hay retorno, ni hay salida, es la simple alienación en un aparente movimiento  en el que ni hay quietud ni hay desplazamiento. 

Descorazonados por lo que nos falta, parecemos absortos en lo que no está a nuestra disposición, como si cuanto hay no pasara de ser un gran depósito, bien surtido, de ingredientes a mano. Todo, y si nos descuidamos los demás, parecen formar parte del baúl de nuestros requerimientos. Esta mirada un tanto depredadora podríamos compartirla con quienes nos ven con ojos similares. De este modo los alrededores se tornan hostiles.

Ahora bien, tal vez seamos capaces de forjar un nuevo tiempo, de tejer otro espacio en el que encontrarnos al lado de alguien, en el que sentirnos y sabernos juntos, en el que nuestro quehacer se corresponda con el de una labor compartida. Lo que nos circunda no es simplemente un ambiente o un clima, o una atmósfera. Nos desenvolvemos en el terreno de necesidades, de deseos y de sueños, y a nuestro alrededor no solo se desempeñan un conjunto de circunstancias, sino de seres humanos, que también a su modo irrepetible, dicen y hacen de modo insustituible.

Ángel Gabilondo, MIrar alrededor, El salto del Ángel, 07/11/2013

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