Deute, procés sobiranista i devaluació democràtica.

 


Cuando todo esto acabe, se le llamará la Edad de la Deuda. La deuda es lo que era el colesterol en tiempos de paz: es la explicación de todo. Por la deuda, los Estados abandonan su responsabilidad de bienestar. Para garantizar el pago de deuda, la troika —una institución formada por tres organismos no democráticos—, modula políticas en el sur, convirtiendo en anecdóticos a ejecutivos y legislativos, en lo que es una fallida democrática sin precedentes.

La deuda, en fin, está dibujando un periodo de reacción que invalida lo conseguido en 1918, cuando logramos el voto, o en 1945, cuando conseguimos el bienestar. Lo que indica que la deuda posee, por sí sola, la violencia de una guerra. Y algunas de sus consecuencias: pobreza, indolencia, trato inhumano.

Lo curioso es que la deuda no aparece en los discursos por ningún lado. Ningún gran partido la tiene en su programa. Ni, siquiera, en su vocabulario. ¿Cómo se consigue aplazar la realidad e, incluso, sustituirla por otros temas? Este artículo pretende esbozar cómo lo intentan, y en ocasiones lo consiguen, los tres grandes partidos.

PP, PSOE y CiU lo intentan por mecanismos culturales, intentando establecer otro marco, que meta la deuda debajo de la alfombra. Zas. No obstante, está resultando complicado. El PP —y con él, la nueva derecha: C’s, y UPyD— apuesta por la Constitución como marco, y la política como defensa non-stop de esa Constitución inviolable que, no obstante, asistió a una ducha en Alcatraz cuando la reforma exprés. Más tarde que pronto, el PP —y C’s y UPyD—, deberán cambiar de marco. Ya lo están haciendo. Agudizando el nacionalismo, ese llenapistas peninsular. Posiblemente ese también es el futuro inmediato —o el presente— del PSOE, partido que en su última conferencia —no apareció el palabro deuda— abogó por la defensa teatral del bienestar, esa cosa que ya ha dado por finiquitada la socialdemocracia holandesa, tras meditar sobre la deuda, y que solo existe un tanto en socialdemocracias nórdicas, que defendieron ante la UE su soberanía y su bienestar con una vehemencia solo comparable a la utilizada por el PSOE para defender la Expo-92.

El caso de CiU es diferente / exitoso. Su marco —ubicar la realidad en un proceso de soberanía— funciona a tutiplén. Con su densidad e importancia, copa la realidad, y desplaza como tema la obra política de la deuda. Lamentablemente, y aquí viene lo divertido, no está claro que ese proceso exista. De los seis puntos del pacto CiU-ERC sobre el tema, solo se han cumplido los dos más propagandísticos. La Declaració de Sobirania —la quinta en democracia, por cierto; no se puede matar cinco veces a Julio César sin que Julio César empiece a sospechar—, y la creación del Consell Català per a la Transició Nacional, integrado, entre otros oficios, por tertulianos; realizó un informe y anunció que se retiraba a meditar sobre la UE; si no espabila, superará el récord del Panchen Lama, que lleva varios milenios meditando.

No se ha promulgado tampoco la Llei de Consultes, tras más de 30 meses de trabajos tendentes, me dicen, a rebajar la iniciativa popular. Se ha superado el plazo anunciado para establecer una pregunta clara, una fecha para la consulta, y para solicitar al Gobierno las competencias para un referéndum —primer semestre de 2013—.

Por el mismo precio, se han superado otros compromisos solemnes, para aderezar la cosa conforme se iba amustiando. La Hisenda propia, se anunció hace 16 meses y, luego, no se gestó. Fue, por tanto, un embarazo psicológio-fiscal. El pago del IRPF vía Generalitat, fue anunciado —y despedido—, con el verano, como una sueca en una spanish movie. CiU, que ha anunciado que no habrá consulta sin autorización del Gobierno —es decir, que no la habrá—, arrojó en el Parlament otro zapato a la consulta votando en contra de hacerla sin permiso.

El proceso soberanista es, pues, un proceso verificado en la política. Y en los medios. Pero no en la realidad. Y no sometido a control —ex.: a estas alturas del partido, la ANC se plantea tenues medidas de presión sobre el Govern en diciembre; tal vez organizando Els Pastorets amb Estelada Més Gran del Mon—. En todo caso, este proceso de la Señorita Pepis desplaza a la deuda. Es decir, impide ver la labor de CiU y ERC en la dirección —única— de cualquier otro Gobierno del sur: la supresión de bienestar por deuda, el recorte de derechos, la privatización de lo colectivo, la ausencia de control parlamentario sobre la corrupción. Y, originalidad local, la acusada violencia policial.

Una cortina de humo es decir “no sabía que era tu hermana, cielo”. Esto otro es una cultura del poder, que necesita un sistema cultural. Necesita profesionales que lo modulen, necesita creyentes, que vean en esto una defensa de la democracia, y no su devaluación. Es política y requiere un marco muy estrecho, que ubique en la violencia y fuera de la democracia cualquier otra vía de investigación. Por ejemplo, observar que la deuda crea políticas no democráticas.

Guillem Martínez, ¿Quién maneja mi deuda?, El País, 19/11/2013

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