Poron, poron, pororonponpero, poron, poronpororon, pon, po ...

Manolo Escobar falleció el pasado 24 de octubre. Afectado por el cáncer, su muerte –según parece- ha sido dulce. Mi pésame a su familia y a sus amigos más próximos.

No me lanzo corvinamente sobre ningún cadáver reciente. No pretende hablar de él, ni incluso de sus canciones. Pretendo tan sólo comentar brevemente la noción de canción popular, una expresión que se ha usado estos días para hablar de sus aportaciones musicales. 

Mi madre apenas había podido estudiar (dejó la escuela a los 9 años). Sirvió en casas de “señores” aragoneses y barceloneses. Más tarde limpió en una fábrica de frigoríficos y trabajó en la cadena. Diez horas diarias de lunes a viernes; los sábados cuatro horas, todas de madrugada. Manolo Escobar le emocionada. “Madrecita María del Carmen” era una de sus canciones preferidas. Se la canté algún día Lloraba de emoción. Se la llegué a dedicar en un programa de radio de la época. 

Mi padre era un trabajador agrícola que amaba como pocos en campo, devenido obrero industrial por la pobreza y la sequía. Trabajó primero en la construcción; luego, durante años, arreglando vagones de tren. Le hacían gracia el porompompero (nunca lo cantó, sólo cantaba jotas que se inventaba) e incluso el “!Viva España!”. Su hermano, un joven soldado republicano, había muerto a los 19 años en la batalla del Ebro luchando por otra España. 

Mi suegra, mi segunda madre, Catalina Serrano, sevillana, con una padre “paseado” pocos días después del golpe militar en un pueblo de Sevilla, ha sido y es una enamorada de la copla. Rocío Jurado le encantaba. ¡Qué voz suele decir! Manolo Escobar no es la Jurado, dice, pero también es de los suyos. Le gusta, le sigue gustando escucharle. 

Tres ciudadanos trabajadores, tres ciudadanos del pueblo. 

Manolo Escobar les gustaba, le sigue gustando a la señora Catalina. ¿Cantó entonces canciones populares? No. Manolo Escobar, que no tenía siempre mala voz (aunque a mi nunca me entusiasmó lo confieso), cantó canciones que gustaban a amplios sectores populares. Sobre todo durante algunos años, en los sesenta y setenta. Luego menos, bastante menos. Sus canciones estaban llenas de tópicos en muchas ocasiones: minifaldas, toros, miradas machistas, la España de pandereta,… Pletórica, desbordada incluso, de los vértices menos interesantes de la mal llamada “cultura popular” (que, bien mirado, no es popular: está diseñada y pensaba “para el pueblo” por gentes que no son propiamente “pueblo”, no nace de sus entrañas como diría Miguel Hernández, un gran poeta del pueblo). 

Para muchos jóvenes de orígenes obreros y/o populares, alejarnos de esa música y entrar en otros territorios alejados fue un momento de liberación y de crecimiento. Con todos los respetos debidos a las gentes que merecen respeto, las canciones de Manolo Escobar no ofrecían ninguna chispa ni siquiera un átomo de liberación. Era un refresco edulcorado y facilón de tópicos acumulados. Como las canciones insulsas de verano de Georgie Dann. 

La canción popular, propiamente, es otra cosa. La canción popular es Violeta Parra, es Víctor Jara, es Silvio Rodríguez, es Peter Seeger, es Luis Eduardo Aute, es Brassens, es Raimon. Intentos, logrados en los casos citados, de agrandar una tradición, de llenarla de belleza, de nuevas melodías, de alejarse de tópicos, de crear o intentar crear poesía crítica, de sensibilizarnos de otra manera. Para muchos, para muchas, ellos sí fueron nudos de liberación cultural (también política), eslabones que nos ayudaron a situarnos en otro mundo, en otras coordenadas, en otra cosmovisión. Nos permitieron soñar e intentar vivir en un mundo que, como quería el poeta, podíamos imaginar y empezar a sentir. 

Salvador López Arnal, Manolo Escobar y la canción popular, Rebelión, 26/10/2013

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