La física d'Aristòtil.



2. Tras comentar algunos puntos de la Metafísica, corresponde hacer lo equivalente con la Física, un tratado de inmensa influencia posterior.

Dimensión de las formas materializadas, la physis constituye un «innato impulso al movimiento». Siempre hubo y siempre habrá movimiento. Se trata de saber qué significa en general esta condición del mundo, y la célebre respuesta aristotélica dice: el movimiento constituye una realización de lo movido, «el acto de lo que es en potencia». Traducimos por acto el término enérgeia, que constituye un compuesto de en (cuyo significado es «en») y ergon («obra», «operación»). Potencia traduce dynamis. Pero si el movimiento es cumplimiento podemos preguntar ¿de qué? Es aquí donde aparece la idea evolutiva con toda claridad:
«De modo general, es visible que lo engendrado es imperfecto y se encamina hacia su principio; por consiguiente, lo último según la generación ha de ser lo primero según la naturaleza (physis)».
Hay un movimiento —el circular— que es idéntico al reposo, por ser continuo y eterno. Lo que así se mueve reposa cambiando, como dice un fragmento de Heráclito, y sólo el pensamiento objetivo (nous) tiene este estatuto de motor inmóvil. Cualquier otro movimiento es o bien natural o bien forzado, y en ambos casos se observa una mediación de la materia por la forma y de la forma por la materia. La potencia «aspira» al acto, tal como la materia «espera» a la forma, pero la interpenetración de una por otra sólo se realiza con esfuerzo (la «obra» que es el erg de energía). Debido a la resistencia de la materia a aceptar la forma, el cosmos sólo puede elevarse despacio y gradualmente desde las existencias inferiores a las superiores.

Dicho esfuerzo lento es finalista sin serlo subjetivamente, prefigurando el mecanismo de selección natural propuesto dos milenios más tarde por Darwin. Por ejemplo, en sus Physicae Auscultationes (II,8), Aristóteles observa que nuestros dientes no son adecuados para masticar porque los haya creado esa finalidad, sino porque los individuos casualmente dotados de una dentadura útil tuvieron más probabilidades de sobrevivir.

La existencia se concibe como una escala. Al comienzo está lo inanimado, que no mueve y es movido mecánicamente. Siguen los seres vivos, que son movidos por impulso interno y externo, y que mueven a otros (animados o inanimados). Luego vienen los humanos, que por su mayor componente etéreo son más afines al movimiento circular, y están menos expuestos a la pasividad del animal. Vienen a continuación (en realidad, Aristóteles lo considera «sólo probable») las inteligencias planetarias, porque los cuerpos celestes son seres vivos cuyo movimiento de revolución tiene un componente de «reposo» mucho mayor. En último término se halla el nous mismo, que los escolásticos llamarán “intelecto agente”. 

2.1. En un universo increado, sostenido por una pluralidad de substancias, acontece un cambio eterno de naturaleza evolutiva: lo pasivo va siendo activado, la materia va siendo informada. En otros términos, lo real va haciéndose lentamente más definido. La realización del fin objetivo (telos) es la actividad de de-fin-ir o ir hacia el propio fundamento, y por eso telos significa primariamente «límite». El mundo físico —y los otros mundos son meras abstracciones— puede concebirse como juego de causas eficientes, pero por debajo de lo eficiente hay una finalidad vinculada a la vida, que es una consumación de lo posible y equivale para cada viviente al «proyecto» de ponerse en sus límites.

No hay en consecuencia ningún cuerpo infinito. Hay un infinito por suma (como el del número) y un infinito por división (como el del espacio); el tiempo, por ejemplo, es infinito en ambos sentidos. Pero la infinitud corpórea ha de entenderse como lo contrario de algo actual. Es un infinito que se alcanza sucesivamente, en su ir haciéndose, y que en cada instante posee dimensiones finitas.

Espacio y tiempo son categorías relativas, predicados de otra cosa, y no marcos absolutos preexistentes con respecto al mundo. El espacio se define como «límite de lo envolvente», y el tiempo como «número del movimiento». Esta relatividad de ambos guiará la solución aristotélica a las aporías de Zenón.

Como no podemos entrar en el detalle analítico de la Física, insistamos en el rasgo más radical de su perspectiva, que es el principio evolutivo. El principio inverso, o emanativo, presenta el curso del mundo sujeto a un proceso de lenta degradación: la plenitud se halla siempre al comienzo, y el devenir ulterior constituye un tránsito de más a menos. Cualquier historia –natural o cultural- refleja una progresiva pérdida (de energía, pureza, perfección, etc.), que trata de paliarse con culto al pasado y representaciones de eterno retorno. Donde reina el principio emanativo las costumbres encarnan lo sagrado, al igual que cualquier cambio encarna lo impío, pues la innovación aleja del origen y conlleva degradación.

Lo que va implícito en la realidad como physis es un tránsito de menos a más, del embrión al organismo maduro, de los estadios inferiores a los superiores. Esto es consustancial al dominio físico como dimensión de lo autoconstituído, que también podemos llamar de lo abierto, donde cada viviente se busca de modo activo, formando y reformando su singular existencia. Aristóteles, como acabamos de ver, encuentra la formulación más radical de semejante criterio con su teoría del movimiento como paso de la potencia al acto, de la posibilidad a la realidad. Semejante optimismo –del que sólo se excluyen los pitagóricos y Platón, sujetos al influjo del pesimismo brahmánico- será en lo sucesivo una divisa de Occidente, una civilización que no sólo se sabe histórica o expuesta al azar de los cambios, sino que se quiere histórica porque confía en la innovación y el hallazgo, a despecho de todos sus innegables riesgos. 

Antonio Escohotado, Física. La plenitud del saber antiguo (II)

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