Ignacio Castro Rey: presentació de 'Sociedad y barbarie'.

Melusina ha editado un bonito objeto, pequeño, bien empaquetado en gris claro y con una simpática errata en la solapa inicial. Para presentar este libro ahora no intento tanto repetir lo que dice literalmente como señalar aquello hacia lo que apunta.

¿Qué se ataca en Sociedad y barbarie a través de la filosofía de Marx? Se critica el fetichismo de la mercancía llamada Sociedad, toda esta sociología, teórica e informativa, que hoy va por delante de cualquier posible experiencia, interfiriendo el peso de existir, el riesgo de cada forma de vida. Este pequeño libro analiza la atenuación existencial en que hemos sido encerrados en nombre de una mitología histórica que no ha dejado de crecer desde el siglo XIX, con Marx como un garante de fondo en la cobertura cultural del pragmatismo económico. Sociedad y barbarie fustiga la reducción de la libertad individual, en las democracias occidentales, en nombre de una economía que conserva el prestigio de lo neutral porque gobierna nuestra neutralización, una silenciosa expropiación de la épica de vivir.

Tal como está el mundo, percibir, pensar y hablar por cuenta propia ya supone una forma heroica de lucha. A ella se opone el imperio omnipresente del contexto, la histeria de la socialización. Lo “social” constituye hoy, por la derecha y por la izquierda, la seguridad de un estatismo continuo (Deleuze). Éste debe criticarse como un individualismo asociado, una identificación en masa cohesionada por la necesidad íntima de visibilidad y reconocimiento. Estudiamos los orígenes del individuo “escueto”, aislado primero y después socializado por una economía convertida en brazo armado de la Historia. El tema de Sociedad y barbarie es el trasfondo filosófico de nuestros votos de riqueza y su titánica voluntad de elevación, la macroeconomía donde cristaliza la fe progresista en la trascendencia. Es cierto que la política es la esencia de lo económico, pero lo que no vio Marx (y sí Nietzsche) es que la metafísica es en Occidente la esencia de la política.

Queriendo desembarazarse del freno de las ideologías, este libro apuesta por una revuelta que inicialmente se parece a la hierba que crece en medio de la ruina, por humillante que sea (y a veces resulta difícil imaginar una que lo sea más que ésta). En medio de esta inmanencia de la comunicación total, la salida comienza por dibujar el mapa de la trampa. Bajo el sistema de oposiciones maniqueístas que nos gobierna, Sociedad y barbarie apuesta por una libertad que brota de atravesar la fatalidad en la que estamos encerrados, una pesadilla que es siempre el punto de partida. “También a mí me gustaría que todo se resolviese con aislar a la oveja negra”, dice al final de su vida Pasolini. La liberación, en principio, se confunde con nuestra maniatada normalidad, es una forma de entrar en ella y empuñarla. Kierkegaard, hablando de la tarea ética de “quebrantar lo general”, insiste en que el “caballero de la fe”, quien mantiene una relación directa con la paradoja de vivir, ha de parecerse a “un dominguero cualquiera”. Este libro querría ser una caja de herramientas para encarar esta urgente tarea de infiltración, una jovialidad que tiene su escuela en el sentido de la tragedia.

Lo que ahora llamamos crisis es, por un lado, la ley de vivir. Por otro, como cultura del miedo, es una forma de gobierno. Sólo una ontología de la precariedad existencial puede pararle los pies, en su terreno, a la incansable precarización social que nos asedia. Lo dijo ya Machado, aunque no le hicimos mucho caso: una y otra vez, debemos partir de una “guerra con las entrañas”. Es preciso volver a un absoluto existencial que vuelva a hacer relativo el delirio de la época. En un universo mezclado, el imprescindible “relativismo cultural” vendrá, por añadidura, una vez que relativicemos esas grandes palabras (Economía, Mundialización, Desarrollo) que nos han hecho tan infelices, aquellas que Marx contribuyó a consagrar como intocables. Sin una metafísica de la soledad, una nueva espiritualidad del ser sin equivalencia que es cada hombre, no hay posible resurrección de lo comunitario.

Una y otra vez volverá el equívoco: ¿Otro canto al individualismo? No, ya reina en este presente aplastante, tan fragmentado como conectado. Desde él es necesario defender la comunidad efímera que brota a golpe de encuentro, una vez que el hombre se encuentra con los espectros de alguna escena originaria. Para que sea posible otra vez declinar los nombres del pueblo, es urgente la tarea metafísica y política de rearmar al sujeto desde su zona de sombra. Sociedad y barbarie defiende un concepto molecular de la lucha que prescinde de nuestra obsesión por el saber informativo. La independencia del hombre sólo sobrevivirá si éste consigue una aparente conformidad que le camufle en las situaciones, evitando un cuerpo a cuerpo con el poder que es falso (cada uno de nosotros es parte de lo peor) y que además nos hace puerilmente vulnerables. Es necesario prepararse para una guerra tan ubicua como esta lenta degradación en las instituciones contemporáneas, en su flexibilidad interactiva.

Es posible que un amigo no se equivocase al entender este libro como un ataque contra el dogma de la Modernidad, esta versión tardía de la cultura eurocéntrica. Pero Sociedad y barbarie no quiso atacar nada desde la ideología “postmoderna”, casi muerta antes de nacer, ni tampoco desde la nostalgia de una época más feliz que nunca existió. Se habla a favor de una mutación presente de la que ya tenemos magníficos ejemplos, colectivos e individuales, tanto en Europa y en América como en las naciones ajenas a la tradición ilustrada que nos retiene.

Ignacio Castro Rey, Sociedad y barbarie, fronteraD, 21/04/2013

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