Richard Sennet: La mentida meritocràtica.
El principal desafío de nuestras sociedades
modernas consiste en establecer las condiciones de una cooperación entre
individuos con opiniones políticas, convicciones religiosas u orígenes
culturales diferentes. Las nuevas tecnologías de comunicación deberían
abrir esta posibilidad. Y lo hicieron, como lo han demostrado los
movimientos populares en África del Norte. En Egipto, Twitter permitió
movilizar a las clases sociales, hasta entonces separadas, que jamás se
habían comprometido en una acción política común. En Europa, sin
embargo, los nuevos medios de comunicación todavía no se han aprovechado
de este modo. ¿Por qué? Comencemos con una paradoja formulada mucho
antes de la invención del iPhone.
La paradoja de Burckhardt
En el siglo XIX, el historiador Jacob Burckhardt
definía la modernidad como "la era de las simplificaciones salvajes". La
paradoja, según él, consistía en que la creciente sofisticación de las
condiciones sociales concretas iba acompañada de un empobrecimiento de
las relaciones sociales. La teoría que me propongo defender aquí es que
la complejidad de los medios de comunicación sobrepasa nuestra capacidad
de usarlos bien y, particularmente, de establecer una verdadera
cooperación. La sociedad moderna produce una complejidad material que no
sabe explotar.
En apoyo de esta teoría presentaré el análisis de
dos casos. El primero se refiere a una aplicación informática que debía
promover el trabajo cooperativo, pero cuyos desarrolladores tenían una
concepción demasiado rudimentaria del tema como para que el esfuerzo
llegara a buen término. El segundo atañe al modo de funcionamiento
actual del capitalismo: las desigualdades impiden la comunicación y la
cooperación dentro de las organizaciones. El empobrecimiento de las
relaciones sociales se ilustra por una mala comprensión de los
mecanismos de cooperación y por las trabas no igualitarias a su puesta
en ejecución.
Tecnología de la cooperación
GoogleWave era una aplicación Web destinada a
promover el intercambio de ideas. Al materializar en la pantalla la
evolución de las intervenciones, abría una plataforma a los internautas
que podían así participar en un proyecto en curso. Con GoogleWave, se
lanzó la noción de laboratorio participativo en el espacio cibernético.
Desgraciadamente, esta ambición fracasó; la aplicación sólo duró un año,
de 2009 a 2010, antes de que Google la cerrara.
Formé parte de los usuarios de la versión beta y
fui de los primeros en pagar el pato. El grupo del que formaba parte se
impuso la tarea de recolectar datos y elaborar una política en materia
de inmigración en Londres. Los participantes, diseminados por Inglaterra
y en toda Europa, intercambiaban mensajes y chateaban regularmente en
GoogleWave. Se trataba de analizar las razones por las que, en
Inglaterra, los inmigrados de segunda generación tienden a reducir las
inversiones en el país que acogió a sus padres -una cuestión que atañe
muy particularmente a las familias originarias de países musulmanes-.
Pero el desafío también era de orden técnico.
Estadistas y etnógrafos, ciertamente, no interpretan este desinterés de
la misma manera. Unos alegan los obstáculos a la movilidad social; los
otros consideran que los jóvenes, cualquiera sea su modo de vida actual,
idealizan las costumbres de su país de origen. ¿Un trabajo cooperativo
en línea estaba en condiciones de desenredar la situación?
GoogleWave seguía un principio lineal que implicaba
una progresión continua hacia un resultado claro y definido. Pero este
programa simple, demasiado simple, no tomaba en consideración las
complejidades que produce el trabajo cooperativo. La condición lineal de
la trama narrativa desalienta el pensamiento lateral, aquel que
confronta ideas o prácticas diferentes fuera de los caminos trillados.
Frente a la imposibilidad de combinar niveles
complejos de significación, tanto en términos sociales como técnicos,
nuestro grupo agotó rápidamente el marco previsto por el programa y
acabamos resolviendo tomar un avión para discutir personalmente.
En definitiva GoogleWave demostró que,
involucrándose en un trabajo cooperativo, los internautas eran capaces
de manejar una complejidad muy superior a la prevista por la aplicación.
Los estudios que dediqué al mundo del trabajo me confirmaron siempre
esta constatación: las capacidades de los trabajadores son superiores al
uso institucional o formal que se les da. Es lo que muestra también el
economista Amartya Sen, cuya "teoría de las capacidades" subraya la
diferencia entre las capacidades cognitivas del hombre y su realización
en la sociedad moderna.
Desigualdades y competencias
Las desigualdades se basan en "simplificaciones
salvajes" que inhiben la comunicación y, por lo tanto, la cooperación. A
priori, esta crítica puede parecer absurda. ¿Estructuras fuertemente
jerarquizadas, como el ejército o la Iglesia Católica , no demuestran
que es posible trabajar en conjunto en misiones difíciles? Sin embargo,
hay casos donde las desigualdades ponen obstáculos a la cooperación:
cuando las competencias de un individuo no corresponden a la función que
ocupa en una organización, cuando un empleado competente está bajo las
órdenes de un jefe incompetente. En un contexto institucional, esta
desigualdad tiene consecuencias desastrosas. Los subalternos se sienten
incomprendidos, irritados, sometidos a la impostura de un mandón, y la
comunicación social tiende a volverse más y más rudimentaria.
En la ideología meritocrática, tal situación es
inconcebible: sólo los más competentes acceden a los cargos de altos
ejecutivos. El capitalismo moderno declara que recompensa el mérito. En
la escuela y después en la oficina nos evalúan constantemente según
nuestras aptitudes y nuestros éxitos. Pero, este sistema meritocrático
es tramposo.
Muy a menudo el artesano moderno (técnico,
enfermero, docente) debe dar cuenta a superiores menos competentes que
él. En el fondo, el capitalismo no ha sido capaz de sostener los
compromisos de la meritocracia.
La jerga de los administradores atribuye las
disfunciones de la comunicación institucional al "efecto de silo". Las
empresas están amenazadas por los empleados que operan cada uno en su
"silo", sin comunicarse entre ellos. Las teorías de la gestión lamentan
muy particularmente el efecto de silo entre los ejecutivos, que pierden
su liderazgo y son incapaces de hacer frente a los problemas si se
quedan incomunicados y se aíslan del mundo exterior.
Dos años de estudios
Me he preguntado sobre la relación entre esta
compartimentación y las desigualdades que acabamos de mencionar a
propósito de la falacia meritocrática. Con el fin de esclarecer la
relación entre dicha compartimentación y la incompetencia, mi equipo
pasó dos años estudiando los medios financieros de Nueva York y de
Londres. Los testimonios recogidos permitieron establecer si los
ejecutivos prestaban atención a sus subalternos y, particularmente, a
los programadores encargados de concebir los algoritmos que originaron
instrumentos financieros tales como los derivados de crédito (1).
He encontrado que los cálculos matemáticos son a
menudo tan abstrusos para los que toman decisiones como para el gran
público. Los directivos de los bancos de inversión miran para otro lado
en cuanto se entra en detalles técnicos. "Cuando pedí que me resumiera
el algoritmo, relata una joven contable a propósito de su superior
-gerente de productos derivados y conductor de un Porsche- fue incapaz
de hacerlo".
Para el sociólogo, todo el problema de las
desigualdades se resume en el hecho de que los altos ejecutivos, a pesar
de una remuneración y unas responsabilidades mayores, frecuentemente
son menos competentes, técnicamente, que sus subalternos. Y volvemos a
la paradoja de Burckhardt: las capacidades técnicas de las empresas
financieras están mucho más allá del uso que se hace de ellas. Las
desigualdades son, en este caso, proporcionales a la compartimentación
organizativa.
El saber y el poder
En muchas instituciones financieras, esta ausencia
de colaboración es funesta. Socava la autoridad y los empleados discuten
la legitimidad de los ejecutivos, no los aprecian y la rabia que se
tragan en presencia del jefe estalla tan pronto como les da la espalda.
En conclusión, este tipo de desigualdad incita a los técnicos a aislarse
en su silo, a quedarse en su compartimento, renunciando a cualquier
diálogo con sus superiores. Tantos son los factores que carcomen la
lealtad hacia la empresa. Durante la última crisis económica, cuando las
empresas se esforzaban en cerrar filas para sobrevivir, vimos sin
embargo que la erosión de la lealtad y de la cooperación tenía
consecuencias muy concretas.
La postura sociológica tiende a invertir la
relación entre competencia y jerarquía. En este contexto, las
desigualdades provocan simplificaciones salvajes; deterioran el complejo
tejido de confianza y respeto mutuo que forma la trama de las
organizaciones. Cuando los individuos permanecen aislados, la
cooperación pierde toda su sustancia.
Para salir de la paradoja de Burckhardt, deberíamos
reconciliarnos con el artesano que está en nosotros, aprender a
trabajar con la diferencia con vistas a una cooperación más eficaz. En
su tiempo se consideraba a Burckhardt un pesimista nostálgico del ideal
social del Renacimiento donde los hombres cultivaban sus capacidades
individualmente. Hoy, un enfoque verdaderamente social de las
capacidades debería hacernos más combativos, hacernos desafiar las
formas de saber y de poder que el capitalismo impuso con un espíritu
arbitrario y de desigualdad.
Richard Sennet, Mentira meritocrática, Le Monde, 09.04.11.Traducido por Jorge Aldao
Nota del traductor:
(1) En el vocabulario común los derivados de
crédito se conocen como pólizas de seguros contra el riesgo que corre un
inversor. Los derivados de crédito más comunes son los Credit Default
Swap (CDS) y los Equity Default Swap (EDS).
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