Polítics desautoritzats.


La desautorización de la clase política suele seguir un esquema argumentativo muy simple, cuya base consiste en mostrar que la causa de nuestros problemas económicos está en que los políticos no toman ciertas decisiones (por miopía, o porque están sometidos a intereses creados) que nos sacarían de la crisis. En su versión más grosera, la denuncia sin matices de los políticos lleva al populismo, con todas sus variantes y peligros. En la versión más ilustrada, a la tecnocracia: si los políticos no hacen lo que les corresponde, tendrán que hacerlo los expertos, los técnicos, quienes tienen las recetas adecuadas pero no les dejan ponerlas en práctica.

Para despejar el camino a quienes tienen la solución pero no se les escucha, se apela a una catarsis, incluso a una situación constituyente desde la cual se pueda acabar con nuestros políticos, refundar el país y llevar a término las verdaderas “reformas estructurales” que necesita España para volver a crecer. El término mágico es este de las “reformas estructurales”. Las “reformas estructurales” de las que hablan nuestros expertos siempre están pendientes y siempre son muchas. Van más allá de la reforma laboral y de la reforma financiera. Afectan a la administración pública en general, a la justicia, al sistema educativo, a la fiscalidad, a la estructura territorial del Estado y al sistema productivo. En todos los casos, según el argumento, es imprescindible, si queremos ganar competitividad, liberalizar y flexibilizar, así como renunciar a ciertas aspiraciones en igualdad y protección social que no resultan sostenibles.(...)

En un país como el que acabo de describir, no debería sorprender tanto la naturaleza de nuestros políticos. No son muy distintos de la sociedad de la que proceden. Se puede encontrar una inmensa variedad de tipos: desde políticos inteligentes, íntegros y dedicados hasta otros que son oportunistas, caraduras y zafios. Lo mismo cabría decir de los periodistas, los profesores de universidad, los fontaneros o el colectivo social que el lector quiera imaginar. Hay cierta hipocresía cuando la gente se escandaliza tanto por la corrupción de los servidores públicos y hace en cambio la vista gorda ante los abusos, trampas y fraudes que se cometen en empresas, entre profesionales y en muchos otros ámbitos de vida social.

En las condiciones que estamos viviendo, la tentación de pensar que desembarazándonos de la “casta política” vamos a resolver nuestros problemas económicos es muy grande. Por desgracia, las cosas no funcionan así. Es verdad que el sistema político español es muy mejorable; se requiere que entre aire fresco en los partidos, que se limite su ámbito de influencia en la administración, que rompan su dependencia de la banca y que se ponga límites a las “puertas giratorias” que conducen de la política a los consejos de administración y de estos a la política. Pero que nadie se crea, por favor, que arreglando esos problemas saldremos de la crisis económica. Sobre todo, si la propuesta consiste en cambiar el sistema electoral, como viene oyéndose desde que surgió el movimiento 15-M. Ahí no está la solución.

Ignacio Sánchez Cuenca, La gran confusón, El País, 18/09/2012
http://elpais.com/elpais/2012/09/17/opinion/1347878655_731776.html

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