Els alpinistes del mal.


Yaacov Lozowick, autor de un estudio particularmente esclarecedor sobre Eichmann y sus colegas administradores nazis (Los burócratas de Hitler), propone cuatro distintos niveles de mal. El primero puede llamarse “indiferencia”. Es la capacidad de vivir ignorando los sufrimientos ajenos cuando uno no ha sido responsable de ellos. Más perturbadora es la segunda clase de mal, “el egoísmo”, la capacidad de causar sufrimientos sin tener intención de hacerlo, pero también sin preocuparse al respecto. Un ejemplo podría ser vender armas a una dictadura con el fin de proporcionar empleo a nuestros conciudadanos”. A continuación viene la “crueldad”. El “despiadado inflige dolor conscientemente para satisfacer sus intereses. En este nivel el grado de mal es grande, puesto que por primera vez encontramos el seseo activo de hacer sufrir, ya sea causar un sufrimiento limitado a una comunidad entera (…) ya un sufrimiento absoluto en pequeña escala, tal como hacen las organizaciones terroristas que asesinan a personas para alcanzar sus objetivos”. Pero después de la indiferencia, el egoísmo y la crueldad está el peor tipo de mal: la “malevolencia”. Los “malevolentes son los que dedican todas sus facultades a causar el mayor sufrimiento posible. También actúan de un modo coordinado y comprometido, incluso en su detrimento a corto plazo, a fin de hacer todo lo necesario para que el ejercicio de su malevolencia sea posible y justificarlo (aunque sin atenuarlo) remitiéndose a alguna finalidad superior que en sí misma pude no entrañar una malevolencia explícita. Para Lozowick, sin embargo, induce a error entender este proceso como una “pendiente resbaladiza”, una serie de pasos en aumento que llevan a alguien a convertirse en un ejecutor involuntario. Él desecha esta imagen y la sustituye por otra completamente distinta: la de “escalar una montaña”. No se avanza hacia la malevolencia distraídamente, sino que se llega a ella mediante un esfuerzo consciente. “De la misma manera que no se alcanza la cima del Everest por accidente, Eichmann y los de su calaña no llegaron a asesinar judíos fortuitamente , o en un acceso de distracción, ni obedecían órdenes ciegamente, ni tampoco eran ruedecitas de una gran maquinaria. Trabajaron con ahínco, se devanaron los sesos, dirigieron las operaciones durante muchos años. Eran los alpinistas del mal” (Yaacov Lozowick, Hitler’s Bureaucrats, Londres, 2002, pp.277-279).

Martin Davidson, El nazi perfecto, Anagrama, Barna 2012, pp. 358-359

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