La importància de l´oci.


El negocio es la negación del ocio. Tal parecería entonces que el negocio combate el reposo o la inacción, pero asimismo se opone a la recreación de uno mismo en la que consiste el buen ocio. No es necesario añorar a Cicerón y a sus amigos conversando sobre la vida y la muerte bajo los naranjos de Túsculo, paseando, meditando, ejercitándose, para estimar que sólo así cabe hablar de ocio. Ni siquiera lo relevante es magnificar un tiempo escenográficamente impactante, en un contexto exquisito para hacerlo. No es preciso que se trate de una gran ocasión, lo determinante es que suponga, no tanto la parálisis de toda actividad, cuanto la irrupción de otro modo de concebirla. Y también otro modo de entender lo que es fructífero y fecundo. Es un quehacer diferente, otra ocupación, otra acción. No sólo es acción el desplazamiento o el cambio de lugar. El ocio es un tiempo de movimiento transformador. Y ello incluye a su manera una determinada concepción del reposo.

El cuidado y el cultivo de uno mismo, sin desconsideración para con los demás, es una tarea fundamental. Ello supone no sólo hacer otras cosas, sino otro modo de hacer. Se trata de ejercitarse en el saber vivir adecuadamente. Es no simplemente el cuidado del cuerpo, sino la capacidad de incorporar conocimiento como forma práctica de vida. Este recreo es un nuevo y permanente nacer y crecer. De no ser así, el ocio es mera actividad, una más, una de tantas, con resultados poco efectivos.

En ocasiones, llamamos ocio a todo un catálogo de tareas que más bien parecen indicadas para ocupar el tiempo. El listado puede ser tan estresante como la realización de las mismas y éstas tan inútiles como tantas labores que no aportan nada.

Si vacare es vaciar no es porque se trata de dilapidar y de malgastar el tiempo o de perderlo, sino porque antes bien se tiene para algo otro. Lo que hacemos nos abre un tiempo diferente. Si estar ocioso es estar vacío es porque se está liberado de determinadas ocupaciones de obligado cumplimiento, porque se está libre. “Libre”, no obligatoriamente. Incluso para que quepa hablar del dulce placer de no hacer nada, se requiere alguna ocupación y una entrega adecuada. Y no todos están en esas condiciones. Hemos de evitar por tanto una lectura elistista que reduce el ocio a un privilegio exclusivo para quienes pueden permitírselo.

Propiamente vacare es disponer de tiempo para dedicarse, para ocuparse de algo o de alguien, incluso de uno mismo. Es un nuevo modo de relación o de ligazón. No es un puro olvido, como un sedante o un narcótico que propicie la indiferencia. No es una pasividad, ni siquiera una quietud. Exige entrega, incluso cuando es al reposo. Es otra forma de cultivo y de memoria.

En el ocio se produce una nueva modalidad de encuentro. Frente al permanente vaivén y ajetreo de las tareas cotidianas, se requiere abrir, incluso diariamente, en el seno de ellas, instantes, momentos, no para devorar y consumir tiempo, sino para vivirlo. No para pasar la vida, sino para recrearla.

El ocio es una tarea digna de supervivientes, de quienes tienen el privilegio de poder vivir, no por encima de sus posibilidades, sino por encima de sus realidades. Por eso no faltan a quienes les es negado, todo en ellos es necesidad y obligación. O nada. Ningún tiempo se les hace espacio libre y ello complica su libertad y su posibilidad de recreación. Lo que está en juego no es sólo su descanso, lo que está en juego es la plenitud de su salud. Una sociedad sin ocio para todos no es una sociedad sana. Una sociedad sin ocio es una sociedad sin cultivo de uno mismo, es decir, sin cultura. La falta de espacios de oportunidad y de recreación puede arrinconar el ocio hasta el punto, en su caso, de entender paradójicamente que sólo tiene sentido e interés si es un negocio.

Angel Gabilondo, El ocio imprescindible, El salto del Ángel, 04/04/2012

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