Watson, una màquina a qui li fan gràcia els acudits.


Desde que Deep Blue le dio un repaso a Kaspárov, o al menos logró ponerle de un pésimo humor que todavía le dura, una pregunta capital se repite con angustia en los departamentos de filosofía y las tertulias de guardar: ¿Qué es lo siguiente al ajedrez? ¿El bridge, la caligrafía china, la fonética inglesa? ¿El teorema de Fermat, la conjetura de Poincaré, el gato de Schrödinger? Nada de eso.

Lo siguiente al ajedrez son los crucigramas.

El ajedrez se basa en unas pocas piezas y unas pocas normas para moverlas, sin ambigüedades ni zonas de penumbra; cualquier posible movimiento del jugador contrario, como cualquier posible respuesta a él, genera solo un número finito de futuros imaginarios pero exactos y explícitos, la clase de paisaje que un robot puede rastrear de forma sistemática, con esa paciencia espesa y esa rapidez impertinente que le otorgan sus tripas matemáticas.

Hacer un crucigrama es mucho más difícil que todo eso. Hallar la respuesta correcta es casi lo de menos: el problema gordo es entender la pregunta. Tomemos este ejemplo: Horizontales, fila 3: "La primera persona mencionada por su nombre en El hombre de la máscara de hierro es este héroe de un libro anterior del mismo autor". Peor que un jaque mate, ya te digo. Deep Blue no hubiera podido con eso --y ahí querría yo ver a Kaspárov--, pero lo siguiente a Deep Blue sí puede. Se llama Watson y es el último desafío a la soberbia humana que ha salido del laboratorio de David Ferrucci, el jefe de análisis e integración semántica de IBM.

Watson, desde luego, puede memorizar el diccionario de la RAE en un pestañeo y tragarse la biblioteca del Congreso y la wikipedia entera si hace falta. Pero nadie aprende qué quiere decir yo leyendo en el diccionario que es "la parte consciente del individuo mediante la cual cada persona se hace cargo de su propia identidad". Pese al heroico esfuerzo de los lexicógrafos y al proverbial mal carácter de los gramáticos normativos, el lenguaje humano es implícito, ambiguo, contextual y tan negociable como una promesa de campaña. Tomemos ahora el siguiente intercambio entre el inspector Lestrade y Bartleby el delincuente:

--Si se llevó el dinero, ¿por qué no la denunciaste?
--No dije que ella me robara el dinero.
--Pues un kilo es mucha pasta para una propina.
--No dije que ella me robara el dinero.
--Lo pensaste.
--No dije que ella me robara el dinero.
--La llamaste ladrona, que es lo mismo.
--No dije que ella me robara el dinero.

¿Podría hacer Watson el papel de Lestrade? ¿Y el de Bartleby el delincuente? Quién sabe. Watson aprende de sus errores, maneja con soltura las analogías, capta los dobles sentidos y hasta entiende los chistes, incluidos los malos. Ya ganó un concurso televisivo el año pasado.
¿Qué es lo siguiente al crucigrama? Es la economía, estúpido. El otro día supimos que Citibank ha comprado una réplica del robot para "explorar" posibles mejoras en sus servicios bancarios, según dijo un portavoz. No dijo que fueran a robarle el dinero.

Esto va a ser demasiado para Watson; si empezamos con los bancos vamos a necesitar a Holmes.


Javier Sampedro, Demasiado para Watson, Simetrías, 09/03/2012

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