Eufemismes per a una crisi.
Dicen que este periodo de “crecimiento económico negativo” (la Gran Recesión,
se empeñan en llamarla los tremendistas) no ha pasado la misma factura a todos,
que ha salido más cara a la clase trabajadora que los a los pudientes. Esto no
es sino “el impacto asimétrico de la crisis”. Así que muchos trabajadores han
ido a engrosar la lista del paro, no tanto porque sus compañías les hayan
despedido, sino porque se hallan inmersas en procesos de “racionalización de la
red de oficinas”, por ejemplo, cuando se trataba de las cajas de ahorros que se
han fusionado.
Circunloquios, perífrasis, rodeos, ambigüedades, tecnicismos ininteligibles,
anglicismos innecesarios... Es viejo como el poder o como la seducción. El uso
persuasivo del lenguaje forma parte del discurso público desde que este existe y
se mueve en esa delicada frontera entre el maquillaje y la máscara. Pero el uso
de los eufemismos se intensifica en tiempos de crisis, esas épocas de malas
noticias y su abuso puede rayar en lo cómico o lo grotesco.
La idea de fondo es aquella de que de la rosa lo que importa es el nombre,
que las cosas existen en tanto que se las nombran. El giro lingüístico explica
que el lenguaje no es tanto un vehículo de expresión de un pensamiento previo,
sino de formación de pensamiento en sí mismo.
O, por entregarse al tópico, que al final, de tanto llamarlo amor, acaba uno
por convencerse de que es eso, amor, y no lo otro. Por eso lo llaman así.
“La guerra de las palabras gana a la guerra de las políticas y tiene un
efecto anestésico, sobre todo en periodos recesivos”, apunta Antón Costas,
catedrático de Economía y Políticas Públicas de la Universidad de Barcelona
(UB). “Los eufemismos tienen esa función, que no virtud, de anestesiar, pero a
partir de ahí se puede abusar de ellos de forma cínica, grosera e incluso
perversa”, añade.
El riesgo de este abuso, advierte el catedrático, es que, como marca la ley
de la física, a toda acción le corresponde una reacción de la misma fuerza en
sentido opuesto. O, siguiendo la imagen médica, “el lenguaje eufemístico debe
tener cuidado porque esas palabras pueden adormecer un tiempo, pero cuando el
enfermo despierte y vea lo que ha pasado puede dar un manotazo”.
Para Darío Villanueva, secretario general de la Real Academia Española
(RAE), “hablar de crecimiento negativo es el colmo de todo esto, es una
antífrasis que representa el absurdo, es como decir huelo caliente. Los poetas
sí pueden jugar con eso y hablar de soledad sonora, pero hablar de crecimiento
negativo es una antífrasis”.
Luis de Guindos, el día se tomó los poderes como ministro de Economía el
pasado 26 de diciembre, hizo una primera demostración de su manejo del lenguaje.
De Guindos advirtió, sin mentar por un momento la palabra recesión, que España
entraría
en el año 2012 con una “tasa de crecimiento negativa” que iba “determinar el
perfil en el que nos adentramos” y que, cómo no, iba a ser “relativamente
desacelerado” (sic). Pero esto no debía ser sino un acicate —dijo— para
emprender la “agenda de reformas”.
Poco después, se puso negro sobre blanco una de esas reformas, la laboral. Y
al propio Guindos se le escapó aquello de que la
reforma iba a ser “extremadamente agresiva” en una conversación con el
comisario de Asuntos Económicos, Olli Rehn, que fue captada por cámaras y
micrófonos.
Fernando Esteve, profesor de Teoría Económica de la Universidad Autónoma
de Madrid (UAM), recuerda que la economía “no es una ciencia al uso, tiene
elementos muy claros de persuasión y, según te expresas, logra causar un impacto
u otro”. Por ejemplo, “tú puedes decir medida de ahorro o de recorte para
referirte a una misma decisión, y la sensación que generas es diferente: ahorro
hace pensar en algo bueno y prudente y recorte en la pérdida de derechos”.
Ahorro, por así decirlo, suena más a amor que recorte.
Cada época tiene sus palabras fetiche, como cuando los albores de esta crisis
no eran más que una “desaceleración” económica, como se empeñaba el expresidente
José Luis Rodríguez Zapatero. Y la burbuja inmobiliaria —que solo fue reconocida
como tal cuando pinchó, es lo que pasa con las burbujas— solo iba a protagonizar
un “aterrizaje suave de los precios”, por usar las palabras de algunos
promotores.
Villanueva echa la vista aún más atrás: “Durante el franquismo también
podíamos ver muchos eufemismos. Democracia, por ejemplo, era una palabra tabú,
pero con el tiempo se pudo empezar a utilizar y se decía que el régimen era una
democracia orgánica, la no orgánica era la mala. Las huelgas eran conflictos
laborales y los partidos políticos, asociaciones”, recuerda.
El riesgo de los eufemismos —al margen del peligro de que le cojan a uno en
plan descarnado, con un micrófono a traición— es que pierden su influjo con el
paso del tiempo. Es algo muy teorizado por los lingüistas. “Cuando las personas
ya se han acostumbrado tanto a esa palabra que lo asocian inmediatamente al
concepto que se quería edulcorar, deja de ser un eufemismo y hace falta buscar
otro para taparlo”, explica el periodista y escritor Álex Grijelmo, presidente de
la agencia Efe, que ha estudiado el campo del lenguaje eufemístico y pone
algunos ejemplos: “Campo de concentración fue, en principio, un eufemismo, o
retrete, que era un lugar retirado, o puta, que se utilizaba para esquivar la
expresión mujer pública”.
Los medios de comunicación se suben la ola eufemística. “Están totalmente
contaminados, ahora se habla de servicios de información, cuando no deja de ser
espionaje”, apunta. En el campo económico, Grijelmo coincide en que “seguro que
se podría establecer una correlación entre el PIB del país y el uso de
eufemismos”. El autor de obras como La seducción de las palabras presta
otro ejemplo, como un titular del pasado noviembre, en el Diario de
Burgos: “Las entidades financieras redefinen su presencia en los pueblos
pequeños”. O las firmas de moda de alta gama, que nunca anuncian “rebajas”
en las páginas de los periódicos, sino “ventas especiales”.
También se presentan como anuncios de “contactos” los de prostitución, e
incluso a veces se sustituye la palabra prostituta por “trabajadora sexual”.
La corrección política en el lenguaje ha alumbrado también eufemismos como
“país en vías de desarrollo, en vez de país subdesarrollado”, apunta en este
sentido Darío Villanueva, y especifica el mecanismo: “Una forma de afirmar algo
malo es negar algo positivo”.
El uso de lenguaje económico con determinados fines viene de antiguo, abunda
Fernando Esteve. “Fíjese que, de toda la riqueza que crea una empresa, a los
beneficios empresariales, se les llama excedentes empresariales, que significa
algo bueno, y al beneficio del trabajador se le considera coste laboral
unitario”, apunta. “Nadie quiere subir costes, por sentido común, y todos
estaremos de acuerdo en que cuanto más excedentes tenga una empresa, mejor”,
añade. “Eso ya lo tenemos incorporado a nuestro lenguaje [y, por tanto, a
nuestro subconsciente]”, explica Esteve. Cuando se habla de educación o sanidad
gratis, por ejemplo, se puede llegar a olvidar que ya se paga con impuestos.
El profesor también encuentra un sesgo o fin muy persuasivo o en el uso de
algunas metáforas. “Cuando un político o economista se mete a dietista, échese a
temblar”, alerta, “como cuando dicen: ‘Tenemos mucha grasa, debemos hacer dieta
y entonces volveremos a estar bien’. Si logras trasladar esa imagen a unos
ciudadanos que no saben de economía, confiarán ciegamente en que, en efecto, han
estado comiendo demasiado y ahora les toca adelgazar, y que esa dieta, aunque
les duela, es lo mejor que les puede pasar”.
Lo mismo ocurre con la resaca. Utilizar esa imagen para la crisis es, de
alguna forma, llevar a la culpa a quien la sufre, por haberse emborrachado.
“Para mí una de las cosas más cretinas de esta crisis es eso, hablar de resaca.
Implica que ahora lo pasas mal porque has cometido excesos, y no podemos caer en
la trampa de estas metáforas”, remata. Los periodistas, critica, “también se
dejan llevar por la metáfora facilona”.
Los tecnicismos pueden convertirse también en grandes aliados del lenguaje
edulcorado. Los expedientes de regulación de empleo (ERE) como forma de
referirse a los despidos colectivos de una empresa son un buen ejemplo. Otro es
el “concurso de acreedores”, que fue la forma que la ley de 2003 escogió para
referirse a la antigua suspensión de pagos de las empresas, mucho más cruda y
explícita.
La jerga financiera, que tan intrincada resulta a veces, también acaba
teniendo un efecto nebuloso en la comunicación. “Exposición” a la deuda o
“activos adjudicados”, para referirse muchas veces a los inmuebles que han
embargado porque sus propietarios no podían pagar el crédito. Y, hace poco, la
compañía aérea Spanair anunció que dejaba de operar por “falta de visibilidad
financiera”, es decir, que no tenía dinero y no lograban que nadie se lo
diera.
En este capítulo de la interminable crisis, no deja de oírse la palabra
“sacrificio” cuando se habla de programas de recortes (los que buscan la
“consolidación fiscal”). El proyecto europeo se tambalea a cuenta de los
desequilibrios presupuestarios y la crisis de deuda soberana.
Es interesante acudir ahora a un análisis de Javier Pradera, publicado en
este mismo periódico el 1 de agosto de 1993. Más allá del eufemismo recogía las
negociaciones de Gobierno y agentes sociales para un plan de empleo. “Los
bizantinos distingos del Ejecutivo para convencer a los españoles de que la
convergencia con Europa exigiría esfuerzos pero no sacrificios casi agotó sus
reservas de pólvora verbal”, escribía Pradera. “La inútil pugna semántica para
determinar si el rigor de la política presupuestaria del nuevo Gobierno llevará
a cabo un recorte de los gastos sociales o procederá sólo a su contención tal
vez distraiga los ocios veraniegos, pero apenas ayudará a que la negociación
progrese”, continuaba.
Y así presentó Miguel Boyer los presupuestos el 17 de mayo de 1983: “La lucha
contra la inflación debe verse facilitada por una actitud de moderación
salarial”.
Este tipo de lenguaje no habita solo en la boca de los poderes públicos,
apunta Antón Costas. “También los sindicatos lo asumen cuando tiene que defender
algunos pactos, como, por ejemplo los de moderación salarial”. Y es que
moderación viene de moderar: templar, ajustar, arreglar algo evitando el
exceso.
Algunos debates y sus recursos lingüísticos perduran con el tiempo. Vendrán
más años malos, diría algún poeta melancólico. Los hombres de negocios, en
cambio, esquivan los “problemas” en las entrevistas y suelen hablar más de
“retos” o “desafíos”. Vendrán recortes, para unos, o ajustes, o reformas, o
medidas de consolidación fiscal. Y otros lo llamarán amor.
Amanda Mars, No digan recortes, llámelo amor, El País, 06/03/2012
Amanda Mars, No digan recortes, llámelo amor, El País, 06/03/2012
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