Manifest ingenuista-mundà.

1. La cultura es una dama preñada y con fuertes dolores de parto. Se está gestando un cambio en los fundamentos de nuestra civilización, uno de unas dimensiones tales que habría que remontarse a la última glaciación para observar algo parecido. Todos sentimos ese cambio aunque no sepamos todavía definirlo. El embrión se está formando tentativamente en medio de grandes incertidumbres, pero el proceso es irreversible. Somos los hombres prehistóricos de una cultura de bases nuevas aún en esbozo. Nuestro privilegio será fundar la ciudad que habitarán los hombres del futuro: ya tenemos la mano sobre el arado que trazará su perímetro. Todo borbotea, todo hierve y burbujea, todo se agita a nuestro alrededor, y tanto alboroto nos llena de sordos presentimientos. Sólo una emoción está a la altura de los tiempos: la alegría de la ingenuidad. Ingenuidad significa extender el brazo para palpar la tentadora objetividad del mundo, sin cuidarse demasiado de todo ese muro de prevenciones -hipercriticismo, escepticismo, relativismo, pluralismo- que la cultura contemporánea ha levantado contra un impulso tan directo; significa primar lo saludable y no lo enfermo, ponerse en el lado soleado de la vida, dar curso a lo genuino y a lo elemental sin abandonarse a unos excesos que arruinan la dicha de la espontaneidad, buscando más bien una proporción que nos dé armonía con nosotros mismos y con los demás. No sería difícil identificar los nombres de personas de nuestra gran tradición cultural -artistas, literatos, filósofos, músicos- que vagamente podríamos catalogar en el pasado de 'ingenuos'. En el dominio literario, ya Schiller introdujo en el tratado Sobre poesía ingenua y sentimental una diferencia categorial entre ambas formas de decir poéticamente mientras que, en el siglo XX, Thomas Mann compuso un ensayo que ponía en la casilla de los 'espirituales' a Schiller y Dostoievski y en la de los 'naturales-ingenuos' a Goethe y Tolstói. Pero la ingenuidad que ahora nos convoca es mucho más que una simple tendencia antisubjetiva reconocible en todas las etapas de la cultura. Es la conmoción producida por la vastedad de esa inminencia que comienza, dejando atrás milenios de una aventura espiritual ya concluida. Hoy el hombre piensa sin autenticidad con los conceptos prestados por sus padres, los cuales se hallan más cerca del homo antecessor que de nosotros, los hijos. Nada del pasado se parece a lo que se está preparando. Lo nuestro es crear un origen, no volver a él. Con una peculiaridad: esta ingenuidad no es candor, inocencia o tierna simplicidad porque no ignora los peligros asociados a una tal vuelta a la objetividad de las nourritures terrestres, sino que los conoce de sobra y, conociéndolos, elige conscientemente arriesgarse a vivir.

2. Una ingenuidad como ésta, conquistada tras duro esfuerzo y aprendizaje, conlleva el compromiso de una gozosa autolimitación. 'Limitarse es extenderse', dijo Goethe un día. Henos en el incipit de la era de la socialización. Hemos abandonado el agro y ahora vivimos juntos en la ciudad en vibrante promiscuación, pero nuestra humanidad está todavía insuficientemente urbanizada, sin aceras ni empedrados que la hagan habitable. Ya se sabe que no es lo mismo vivir en sociedad que vivir socializados. El hombre ha de encontrar su destino en el mundo y para el mundo, no contra el mundo, como cuando, en la soledad de su buhardilla, el inflamado nihilista concebía cosas tremebundas; la civilizada vida en común exige de nosotros ahora la aceptación interiorizada de una cierta etiqueta. Pasemos de la buhardilla al salón. La cultura ha de conspirar positivamente en este proceso abandonando su tradicional misantropía y haciéndose apresuradamente mundana. He dicho

Javier Gomá Lanzón, en Un grito de guerra de Winston Manrique Sabogal, Babelia. El País, 05/03/2011
http://www.elpais.com/articulo/portada/Javier_Goma/grito/guerra/elpepuculbab/20110305elpbabpor_29/Tes?print=1

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