Literatura, internet i memòria.

 Una nueva sociedad digital se está extendiendo de una manera vertiginosa. La mutación, profunda y traumática en tantos aspectos, ha llegado en un momento política y económicamente muy inestable. Todo está alterado, la educación vive momentos bajísimos, la Universidad hace agua. Con este panorama, Internet no puede ser más que un pobrísimo reflejo del mundo que le rodea. Aunque sus fundamentos teóricos permitan todavía acariciar la quimera de la alfabetización universal, de la máxima difusión científica, no sé hasta qué punto se está animando la diversidad y la riqueza intelectuales que podríamos aportar.

La literatura siempre había dependido de la memoria. Se escribía porque se había leído. La pulsión creadora nacía por emulación de las lecturas que a uno le habían formado. Ahora parece que estemos ante un cambio de paradigma. En las escuelas de Escritura Creativa, muchos aprendices aseguran inocentemente que ellos quieren escribir, pero que no les interesa leer. Quizá la literatura se convierta en algo terapéutico o vuelva a sus orígenes primitivos, es decir, religiosos. Quién sabe. Por un lado, Internet podría ayudar a consolidar la memoria humana de una manera distinta, más provechosa, tal vez, pero en lugar de una apropiación lo que se está llevando a cabo es un proceso de disociación o aun de sustitución. Delegamos en la Red nuestra capacidad memorística, que es la herramienta -y la defensa- más preciosa que tenemos en tanto que individuos.

De la ceguera como arquetipo de la sabiduría y la memoria, hemos pasado a una hipervisión que celebra en la pantalla un continuo presente. En la industria editorial -y en general en lo que llamamos cultura- se está dirimiendo el asunto solo en términos económicos, cuando antes deberíamos abordar un problema epistemológico. Está claro que el libro electrónico acabará por imponerse. Y lo que debemos hacer es tratar de analizar lo que eso significa. Somos hijos todavía de una idea de Biblioteca y de Enciclopedia -summae de la memoria- que quizá ya no sea válida porque ya no es posible. Si hay que desechar esa idea, habría que encontrar otra fórmula y no dejar que ese concepto sea devorado por una caricatura de sí mismo. Hace poco se ha celebrado el décimo aniversario de Wikipedia, una organización que no es en absoluto reprobable mientras no sea la única fuente que se utiliza en todo el orbe. En un espacio que debería ser abono de variedad y excelencia se está instituyendo una versión cada vez más anquilosada, infantil y aburrida de la realidad.

Internet necesita urgentemente una hermenéutica, una interpretación que sea capaz de explicar su nueva sintaxis, su nuevo alfabeto, qué ocurre con la lectura o qué supone, por ejemplo, la desaparición de la "página" por algo que se parece de nuevo al códice. Hay que hacerlo, además, sin miedo a la disidencia, pues otro fenómeno incomprensible es que todo lo digital se ha revestido de un aura sagrada, donde solo cabe la afección, so pena de fulminante ostracismo.

Uno de los padres de la realidad virtual, Jaron Lanier, se ha atrevido a discrepar del uso que se está haciendo del invento que contribuyó a crear en los años ochenta en Silicon Valley. Lo hace en uno de los ensayos más deslumbrantes de este principio de milenio: You Are Not a Gadget (Nueva York, Knopf, 2010; en España se publicará próximamente en Debate). Mientras sigue celebrando e investigando las extraordinarias posibilidades de la virtualidad, no le tiembla el pulso a la hora de denunciar lo que a su juicio supone una seria amenaza para la humanidad. Resulta escalofriante enterarse, por boca de un experto, del estado mental de quienes gobiernan el tinglado: científicos respetables que están convencidos de que la Red ya ha cobrado vida o de que pronto se conformará un solo texto, una Singularidad suprema, madre incluso de una nueva escatología. Dice Lanier: "Es realmente extraño oír a mis viejos colegas en el mundo de la cultura digital proclamarse los verdaderos hijos del Renacimiento sin darse cuenta de que utilizar ordenadores para reducir la expresión individual es una actividad retrógrada y primitiva, por muy sofisticadas que sean las herramientas". Quizá la memoria sea ya el menor de los problemas.

Andreu Jaume, In memóriam, El País 21/02/2011
http://www.elpais.com/articulo/opinion/In/memoriam/elpepiopi/20110221elpepiopi_10/Tes?print=1

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