Religió digital.

El programa Escuela 2.0, ahora en vigor en España con desigual aplicación, es una iniciativa del Gobierno de Zapatero dedicada a dotar con portátiles a 400.000 estudiantes, instruir a 20.000 profesores y digitalizar no menos de 14.400 aulas. Excelente idea, cuyo desarrollo precipitado e improvisación -¿nos encontramos ante un "profesorado envejecido" como asegura el responsable del máster de formación del profesorado de la Complutense de Madrid?, ¿a partir de qué se considera envejecido a un profesor?- no ha hecho sino fomentar el mito en su forma más brutal: niño + ordenador = sabio. ¿Serán estos pequeños monstruos digitales la crema de la sociedad del conocimiento del siglo XXI? ¿Excluirá esta cibercultura todo lo demás? ¿Serán estos sabios grandes ignorantes de lo que hasta ahora se ha entendido como patrimonio civilizatorio?

Siempre pongo un ejemplo ante este tipo de incógnitas: ¿quién sabe hoy coser, que era un saber común en las culturas anteriores y un patrimonio civilizador de importancia decisiva? Me temo que a pocos preocupa que estas habilidades desaparezcan: hoy cosen robots y la ropa es de usar y tirar. Eso sí, mucha más gente tiene acceso a un vestido digno, si no, no existiría un fenómeno como Inditex. Y ahí está la madre del cordero: el mito tecnológico, religión contemporánea con millones de seguidores, es más un fenómeno comercial que inteligente.

Estamos en la época del hombre centauro -mitad máquina, mitad persona- como dice Paolo Fabbri. Y la industria de las cibermáquinas tiene todas las de ganar, pone todas las condiciones -véase la devaluación de la propiedad intelectual- en cuanto a los contenidos que transmiten. Una de las condiciones imprescindibles es que la máquina entretenga. No se trata de aprender, sino de pasar el rato.

El mito permite el control de los individuos por métodos muy sofisticados -en Francia llevan tiempo trabajando sobre el "derecho al olvido digital"- y promueve la educación de un ciberindividuo de perfil estremecedor por su analfabetismo sobre la vida no virtual. Pero eso no se discute, simplemente se acata. Y se suele descalificar a quien pone objeciones: un estilo tiránico.

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