Después de la caída del muro de Berlín.


Hay para todos los gustos. De hormigón, de rejas, con o sin alambradas de púas, de alambradas simples, de arena, con o sin radar, con nombre de zona tampón o no man's land; y hasta virtuales, último grito de la moda en esta institución que parece ir de la mano de la globalización. Son los muros, erigidos para dividir, para impedir migraciones, para proteger a quienes tienen algo que proteger. Muros entre países, dentro de un mismo país, cruzando ciudades para aislar barrios enteros, comunidades; muros en el desierto, o muros y barreras infranqueables en torno a moradas o grupos de moradas privilegiadas como en Estados Unidos, en Israel, pronto en Europa.
"Nunca, desde la Edad Media, ha habido tanta demanda de muros", escribe el diario británico The Guardian refiriéndose a los antiguos guetos y demás fantasías. Y afirma Michel Foucher: "Hoy se han endurecido las prácticas fronterizas".
Por cierto, el mercado de muros está en plena expansión, codiciado por las mayores fábricas de armas del mundo. Los contratos son por miles de millones e incluyen las técnicas más refinadas.
Sin embargo, la suma parece muy grande... por poca cosa, puesto que los inmigrantes siguen inmigrando y los terroristas y delincuentes de todo tipo no cesan de perfeccionar sus propias técnicas.
Vistos así, esos muros son el perfecto paradigma de lo que la humanidad no quiere ni oír mencionar, o sea la igualdad. Con la excepción del frío terrorismo fundamentalista, siempre se trata de proteger esos continentes, países, comunidades, barrios, o familias que "poseen más" contra los que "poseen menos".

Nicole Muchnick, Muros infranqueables, El País, 07/11/2009

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